DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
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Maris_Glz<br />
ya estaban en sus ataúdes. Y que incluso si <strong>un</strong>o de los <strong>vampiro</strong>s estaba a p<strong>un</strong>to de irse a<br />
dormir, no oiría las primeras maniobras mías. Rápidamente coloqué los leños al lado de la<br />
puerta cerrada. H<strong>un</strong>dí los clavos, que entonces cerraron esas puertas desde afuera. Un<br />
transeúnte se percató de lo que yo estaba haciendo, pero siguió su camino, creyendo que<br />
quizás estaba cerrando <strong>el</strong> establecimiento <strong>con</strong> <strong>el</strong> permiso d<strong>el</strong> propietario. No lo sé. Sin<br />
embargo, sabía que antes de que terminara quizá me en<strong>con</strong>trara <strong>con</strong> los taquilleros, <strong>con</strong> los<br />
acomodadores y <strong>con</strong> los que barrían, y que quizá permanecieran en <strong>el</strong> interior, vigilando <strong>el</strong><br />
sueño de los <strong>vampiro</strong>s.<br />
»Pensaba en esos hombres cuando llevé <strong>el</strong> carruaje hasta la misma calleju<strong>el</strong>a de Armand<br />
y lo dejé estacionado allí; me llevé dos pequeños barriles de queroseno hasta la puerta de<br />
Armand.<br />
»La llave abrió <strong>con</strong> facilidad, tal como esperaba, y <strong>un</strong>a vez en <strong>el</strong> interior d<strong>el</strong> pasillo<br />
inferior, abrí la puerta de su c<strong>el</strong>da para cerciorarme de que él no estaba allí. El ataúd había<br />
desaparecido. De hecho, todo había desaparecido menos los muebles, incluyendo la cama d<strong>el</strong><br />
muchacho dif<strong>un</strong>to. Rápidamente abrí <strong>un</strong> barril y, empujando <strong>el</strong> otro por las escaleras, me di<br />
prisa en mojar las vigas <strong>con</strong> queroseno y en empapar las puertas de madera de las demás<br />
c<strong>el</strong>das. El olor era fuerte, más fuerte y más poderoso que cualquier ruido que pudiera haber<br />
hecho para alertar a alguien. Y a<strong>un</strong>que me quedé absolutamente inmóvil al pie de las<br />
escaleras <strong>con</strong> <strong>el</strong> barril y la guadaña, escuchando, no oí nada, nada de esos guardias que yo<br />
suponía que estaban allí, nada de los <strong>vampiro</strong>s. Aferrado al mango de la guadaña, me<br />
aventuré lentamente hasta que estuve ante la puerta que daba al salón. Nadie estaba allí<br />
para verme verter <strong>el</strong> queroseno en los sillones o en los cortinados; nadie me vio vacilar <strong>un</strong><br />
instante ante la puerta d<strong>el</strong> pequeño patio donde habían sido asesinadas Claudia y Mad<strong>el</strong>eine.<br />
¡Oh, cuánto quise abrir esa puerta! Me tentó tanto que casi me olvido d<strong>el</strong> plan. Casi dejo<br />
caer los barriles y abro la puerta. Pero pude ver la luz a través de las grietas de la madera<br />
vieja de esa puerta. Y supe que debía seguir ad<strong>el</strong>ante. Mad<strong>el</strong>eine y Claudia ya no estaban<br />
allí. Estaban muertas. ¿Y qué hubiera hecho de haber abierto esa puerta, de haberme<br />
enfrentado <strong>con</strong> esos restos, <strong>con</strong> ese p<strong>el</strong>o despeinado, sucio? No había tiempo, no tenía sentido.<br />
Corrí por los pasillos que antes no había explorado, bañé <strong>con</strong> queroseno antiguas puertas,<br />
seguro de que los <strong>vampiro</strong>s estaban allí encerrados; entré en <strong>el</strong> mismo teatro, donde <strong>un</strong>a luz<br />
fría y gris que venía de la puerta principal me hizo apresurar, y produje <strong>un</strong>a gran mancha<br />
oscura en los cortinados de terciop<strong>el</strong>o d<strong>el</strong> t<strong>el</strong>ón, en las sillas, en las cortinas de la entrada.<br />
»Y, por último, terminado <strong>el</strong> barril y dejado a <strong>un</strong> lado, saqué la antorcha casera que había<br />
hecho, le acerqué <strong>un</strong>a cerilla a los trapos mojados <strong>con</strong> queroseno y prendí fuego a las sillas.<br />
Las llamas lamieron su gruesa seda. Moví la antorcha en mi carrera hacia <strong>el</strong> escenario y<br />
encendí ese oscuro t<strong>el</strong>ón <strong>con</strong> <strong>un</strong> solo golpe rápido.<br />
»En pocos seg<strong>un</strong>dos, todo <strong>el</strong> teatro ardió como <strong>con</strong> la luz d<strong>el</strong> día, toda su estructura<br />
pareció chirriar y gruñir cuando <strong>el</strong> fuego subió por las paredes, chupando <strong>el</strong> gran arco d<strong>el</strong><br />
proscenio, los adornos de yeso de los palcos. Pero no tuve tiempo para admirar <strong>el</strong><br />
espectáculo, para saborear <strong>el</strong> olor y <strong>el</strong> sonido, la visión de los es<strong>con</strong>drijos y rin<strong>con</strong>es que<br />
salían a la luz en la furiosa iluminación que muy pronto los <strong>con</strong>sumiría. Volví corriendo al piso<br />
inferior, prendiendo fuego <strong>con</strong> mi antorcha al sofá d<strong>el</strong> salón, las cortinas, todo lo que ardiera.<br />
»Alguien gritó en los pisos superiores, en habitaciones que yo n<strong>un</strong>ca había visto. Oí <strong>el</strong><br />
inequívoco sonido de <strong>un</strong>a puerta que se abría. Pero era demasiado tarde, me dije aferrando la<br />
antorcha y la guadaña. El edifcio era pasto de las llamas. Serían destruidos. Corrí hacia las<br />
escaleras y <strong>un</strong> grito distante resonó por encima de los rugidos de las llamas; mi antorcha<br />
acarició las vigas empapadas de queroseno y las llamas envolvieron las antiguas maderas,<br />
rizándose ante <strong>el</strong> techo mojado. Era <strong>el</strong> grito de Santiago, estaba seguro; y entonces, cuando<br />
llegué al piso inferior, lo vi allá arriba, detrás de mí, bajando las escaleras; <strong>el</strong> humo llenaba<br />
<strong>el</strong> hueco de la escalera a su alrededor, y él tenía los ojos llorosos y la garganta sofocada; sus<br />
manos estaban extendidas en mi dirección mientras murmuraba:<br />
»—¡Tú, maldito seas...!<br />
»Y yo me quedé sobrecogido; entrecerré los ojos para defenderme d<strong>el</strong> humo, sentí que me<br />
lagrimeaban, irritados, pero sin dejar de enfocar ni por <strong>un</strong> instante su imagen, pues <strong>el</strong><br />
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