DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
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Maris_Glz<br />
imponían las leyes católicas francesas, pero, por las tardes, transformaban sus ropas baratas<br />
en disfraces d<strong>el</strong>irantes, hacían joyas <strong>con</strong> huesos de animales y pedazos descartados de metal<br />
que pulían como si fuera oro; y las cabañas de los esclavos de Pointe du Lac eran <strong>un</strong> país<br />
extranjero, <strong>un</strong>a costa africana después d<strong>el</strong> anochecer, en <strong>el</strong> cual ni <strong>el</strong> más intrépido<br />
superintendente se animaba a deambular. Pero los <strong>vampiro</strong>s no se asustaban.<br />
»No hasta <strong>un</strong>a noche de estío, cuando paseando entre las sombras, escuché por las<br />
puertas abiertas de la cabaña d<strong>el</strong> capataz negro <strong>un</strong>a <strong>con</strong>versación que me <strong>con</strong>venció de que<br />
Lestat y yo dormíamos <strong>con</strong> grave p<strong>el</strong>igro. Los esclavos sabían que no éramos seres normales.<br />
En tonos susurrantes, las criadas, que vislumbré a través de <strong>un</strong>a grieta, <strong>con</strong>taron cómo nos<br />
vieron cenar <strong>con</strong> los platos vacíos, llevándonos copas vacías a los labios, riéndonos, <strong>con</strong><br />
nuestros rostros blancos y fantasmales a la luz de los cand<strong>el</strong>abros, y <strong>el</strong> pobre ciego era <strong>un</strong><br />
tonto indefenso en nuestro poder. A través de las cerraduras, habían visto <strong>el</strong> ataúd de Lestat,<br />
y, <strong>un</strong>a vez, él había castigado sin misericordia a <strong>un</strong>a de <strong>el</strong>las por espiar por las ventanas de<br />
su dormitorio que daban a la galería.<br />
»—Allí no hay ning<strong>un</strong>a cama —se <strong>con</strong>faron <strong>un</strong>a a la otra—. Duerme en <strong>el</strong> ataúd, lo sé.<br />
»Estaban todos <strong>con</strong>vencidos de lo que éramos. En cuanto a<br />
mí, <strong>un</strong>a tarde me habían visto salir d<strong>el</strong> oratorio, que ahora era poco más que <strong>un</strong>a masa de<br />
ladrillos y enredaderas, llena de visterias en for en la primavera, rosas silvestres en <strong>el</strong><br />
verano y <strong>el</strong> musgo brillante sobre las viejas persianas despintadas, que jamás se habían<br />
abierto, y <strong>con</strong> las arañas tejiendo en los pétreos arcos. Por supuesto, yo simulaba visitarlo en<br />
memoria de mi hermano, pero, por sus palabras, estaba claro que ya no creían más en esa<br />
mentira. Y ahora no sólo nos atribuían las muertes de los esclavos en<strong>con</strong>trados en <strong>el</strong> campo y<br />
en los pantanos, y también las muertes de reses y caballos, sino todos los demás<br />
a<strong>con</strong>tecimientos misteriosos y extraños; incluso las in<strong>un</strong>daciones y tormentas, que eran las<br />
armas de Dios en su batalla personal <strong>con</strong>tra Louis y Lestat. Lo que es peor: no pensaban<br />
escaparse. Nosotros éramos demonios, y nuestro poder, in<strong>el</strong>udible. No, nosotros debíamos ser<br />
destruidos. Y en esa re<strong>un</strong>ión, de la que me <strong>con</strong>vertí en <strong>un</strong> participante invisible, había <strong>un</strong><br />
grupo de esclavos de Freniere.<br />
»Eso signifcaba que los rumores se extenderían por toda la costa. Y a<strong>un</strong>que yo creía<br />
frmemente que toda la costa no podía caer presa de <strong>un</strong>a histeria colectiva, no sentí la menor<br />
gana de correr ese riesgo. Me apresuré a volver a la plantación a decirle a Lestat que<br />
nuestro pap<strong>el</strong> de plantadores sureños había terminado. Tendría que ceder su látigo de<br />
esclavista y su servilletera de oro y regresar a la ciudad.<br />
»Naturalmente, se resistió. Su padre estaba gravemente enfermo y quizá no sobreviviese<br />
mucho más. No tenía la menor intención de escapar de <strong>un</strong>os estúpidos esclavos.<br />
»—Los mataré a todos —dijo serenamente—, de a tres y de a cuatro. Alg<strong>un</strong>os se escaparán<br />
y eso estará bien.<br />
»—Estás diciendo disparates. El hecho es que quiero que te vayas de aquí.<br />
»—¡Tú quieres que me vaya! ¡Tú! —se mofó; estaba <strong>con</strong>struyendo <strong>un</strong> castillo de naipes en<br />
la mesa de la sala <strong>con</strong> <strong>un</strong> mazo de cartas francesas muy fnas—. Tú, <strong>un</strong> <strong>vampiro</strong> llorón y<br />
cobarde que se arrastra por la noche matando gatos y ratas y mirando v<strong>el</strong>as durante horas<br />
como si se tratara de gente, y que se queda bajo la lluvia como <strong>un</strong> zombie hasta que se te<br />
empapan las ropas y hiedes a viejos baúles es<strong>con</strong>didos en <strong>el</strong> desván, y tienes <strong>el</strong> aspecto de<br />
<strong>un</strong> idiota estupefacto en <strong>el</strong> zoológico.<br />
»—No tienes nada más que decirme —<strong>con</strong>testé—, y tu insistencia en <strong>el</strong> desorden nos ha<br />
puesto a los dos en p<strong>el</strong>igro. Yo podría vivir en ese oratorio y ver cómo la casa se cae a<br />
pedazos. ¡Porque no me importa nada! —le dije, y era la verdad—. Pero tú debes poseer todas<br />
las cosas que no tuviste en la vida y hacer de la inmortalidad <strong>un</strong>a tienda de basuras en la<br />
cual los dos nos <strong>con</strong>virtamos en algo grotesco. ¡Ahora, vete a ver a tu padre y dime cuánto le<br />
falta de vida, porque ése es <strong>el</strong> tiempo que aquí te quedarás, y únicamente si los esclavos no<br />
se reb<strong>el</strong>an antes <strong>con</strong>tra nosotros!<br />
»Me dijo que fuera yo a ver a su padre, ya que era quien siempre estaba "mirando". Y lo<br />
hice. El anciano realmente se moría. Yo no había sufrido la muerte de mi madre, porque se<br />
había muerto de repente <strong>un</strong>a tarde. Se la había en<strong>con</strong>trado <strong>con</strong> su canasta de coser, sentada<br />
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