DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
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Maris_Glz<br />
»Pienso —siguió <strong>con</strong>tando <strong>el</strong> <strong>vampiro</strong>, tras <strong>un</strong>a pausa— que <strong>con</strong>tuve la respiración hasta que<br />
llegamos afuera. Caía la lluvia y toda la calle parecía triste y desolada, pero hermosa.<br />
Volaban <strong>un</strong>os pocos pedazos de pap<strong>el</strong> en <strong>el</strong> viento; <strong>un</strong> carruaje brillante pasó <strong>con</strong> <strong>el</strong> ruido<br />
pesado y rítmico de los cascos de los caballos. El ci<strong>el</strong>o era de <strong>un</strong> violeta pálido. Caminé<br />
rápidamente <strong>con</strong> Claudia a mi lado. Cuando se cansó de mis largos pasos, me la puse en los<br />
brazos.<br />
»—No me gustan —dijo <strong>con</strong> <strong>un</strong>a furia acerada cuando nos acercábamos al Hot<strong>el</strong> Saint-<br />
Gabri<strong>el</strong>. Su entrada inmensa e iluminada estaba silenciosa en aqu<strong>el</strong>las horas cercanas al alba.<br />
Pasé al lado de los empleados semidormidos—. ¡Los he buscado por medio m<strong>un</strong>do y los<br />
detesto!<br />
»Se quitó la capa y la arrojó en <strong>un</strong> rincón de la habitación. Un golpe de lluvia azotó los<br />
vidrios d<strong>el</strong> balcón. Me en<strong>con</strong>tré apagando las luces <strong>un</strong>a a <strong>un</strong>a y levantando <strong>el</strong> cand<strong>el</strong>abro<br />
hasta las lámparas de gas como si fuera Lestat o Claudia. Y entonces, al ver <strong>el</strong> sillón de<br />
terciop<strong>el</strong>o que había deseado en aqu<strong>el</strong> sótano, me desplomé en él. Por <strong>un</strong> momento <strong>el</strong> cuarto<br />
pareció r<strong>el</strong>umbrar a mí alrededor; cuando fjé la vista en <strong>el</strong> marco dorado d<strong>el</strong> cuadro de<br />
árboles y aguas serenas, se deshizo <strong>el</strong> embrujo de los <strong>vampiro</strong>s. Ahí no nos podían tocar y, no<br />
obstante, yo sabía que eso era <strong>un</strong>a mentira, <strong>un</strong>a estúpida mentira.<br />
»—Estoy en p<strong>el</strong>igro, en p<strong>el</strong>igro —dijo Claudia <strong>con</strong> furia latente.<br />
»—Pero, ¿cómo pueden saber lo que le hicimos? Además, ¡los dos estamos en p<strong>el</strong>igro!<br />
¿Piensas por <strong>un</strong> momento que no re<strong>con</strong>ozco mi propia culpabilidad? Y si tú fueras la única... —<br />
estiré mis brazos en su dirección cuando se me acercó, pero sus ojos furiosos se posaron en<br />
mí y dejé que mis manos cayeran a <strong>un</strong> costado—, ¿piensas que te abandonaría en <strong>el</strong> p<strong>el</strong>igro?<br />
»Ella sonrió. Por <strong>un</strong> instante, no pude creer en mis propios ojos.<br />
»—No, Louis, tú no lo harías. Tú no lo harías. El p<strong>el</strong>igro me ata a ti.<br />
»—El amor me ata a ti —dije en voz baja.<br />
»—¿El amor? —murmuró—. ¿Qué quieres decir <strong>con</strong> <strong>el</strong> amor?<br />
»Y entonces, como si se percatara d<strong>el</strong> dolor en mis facciones, se me acercó y me puso las<br />
manos en las mejillas. Estaba fría, insatisfecha, d<strong>el</strong> mismo modo en que yo me sentía frío e<br />
insatisfecho, provocado por aqu<strong>el</strong> chico mortal, pero insatisfecho.<br />
»—Tú siempre has dado mi amor por sentado. Nosotros estamos <strong>un</strong>idos... —dije; pero al<br />
mismo tiempo que decía estas palabras, sentí que Saqueaba mi antigua <strong>con</strong>vicción; sentí <strong>el</strong><br />
tormento que había sentido la noche anterior cuando <strong>el</strong>la me provocara <strong>con</strong> la pasión mortal;<br />
me separé de <strong>el</strong>la.<br />
»—Tú me dejarías por Armand si él te hiciera <strong>un</strong> solo gesto —dijo.<br />
»—Jamás... —dije.<br />
»—Me dejarías. Y él te quiere tanto como tú a él. Te ha estado esperando...<br />
»—Jamás... —repetí, y me levanté, acercándome al armario. Las puertas estaban cerradas,<br />
pero no dejarían afuera a los <strong>vampiro</strong>s. Únicamente nosotros podíamos mantenerlos alejados<br />
levantándonos tan pronto como nos lo permitiera la luz. Me di vu<strong>el</strong>ta y le dije que se<br />
acercara. Ella estaba a mi lado. Quise h<strong>un</strong>dir la cara en su cab<strong>el</strong>lo, quise rogarle que me<br />
perdonara. Porque, en realidad, <strong>el</strong>la tenía razón. Sin embargo, yo la amaba; yo la amaba como<br />
siempre. Y ahora, cuando la apreté <strong>con</strong>tra mí, <strong>el</strong>la dijo:<br />
»—¿Sabes lo que dijo <strong>un</strong>a y otra vez sin siquiera abrir los labios? ¿Sabes en qué estado de<br />
trance me puso, cuando mis ojos sólo podían verlo a él, como si pusiera mi corazón en <strong>un</strong><br />
hilo?<br />
»—Entonces, tú lo sentiste... —susurré—. A mí me sucedió lo mismo.<br />
»—¡Me dejó indefensa! —dijo <strong>el</strong>la, y vi su imagen apoyada en los libros d<strong>el</strong> escritorio, y su<br />
cu<strong>el</strong>lo laxo, como sus manos.<br />
»—¿Pero qué dices? ¿Que él te habló, que...?<br />
»—¡Sin palabras! —repitió; pude ver que se apagaban las lámparas de gas, las llamas<br />
demasiado sólidas en su inmovilidad; la lluvia golpeaba en los vidrios—. ¿Sabes lo que me<br />
dijo...? —susurró—. Que yo debía morir, que debía dejarte en paz.<br />
»Sacudí la cabeza y, no obstante, en mi monstruoso corazón sentí <strong>un</strong>a ola de excitación.<br />
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