DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Maris_Glz<br />
húmeda hasta <strong>un</strong>o de esos ataúdes, echando <strong>el</strong> reciente <strong>con</strong>tenido en <strong>el</strong> pantano y<br />
encerrándose allí hasta <strong>el</strong> siguiente atardecer en esa tumba en la que ningún hombre osaría<br />
molestarlo. Sí... eso es lo que hizo. Estoy segura.<br />
»Lo pensé largo rato, imaginándome todo, viendo lo que debía haber ocurrido. Y luego la oí<br />
agregar, pensativa, cuando bajó <strong>un</strong>a carta y miró <strong>el</strong> rostro ovalado de <strong>un</strong> rey vestido de<br />
blanco:<br />
»—Yo podría haberlo hecho. ¿Por qué me miras de ese modo? —me preg<strong>un</strong>tó, re<strong>un</strong>iendo sus<br />
cartas. Sus pequeños dedos batallaron para hacer <strong>un</strong> buen mazo y barajarlas.<br />
»—Pero, ¿tú crees realmente que, si hubiéramos incinerado sus restos, se hubiera muerto»<br />
—preg<strong>un</strong>té.<br />
»—Por supuesto que lo creo. Si no hay <strong>con</strong> qué levantarse, no hay quien se levante. ¿A<br />
dónde quieres llegar?<br />
»Estaba repartiendo las cartas, dándome <strong>un</strong>a mano a mí sobre la pequeña mesa de roble.<br />
Miré las cartas pero no las toqué.<br />
»—No lo sé... —le susurré—. Únicamente que quizá no hubo vol<strong>un</strong>tad de vivir, ni tenacidad...,<br />
porque simplemente no hubo ning<strong>un</strong>a necesidad de <strong>el</strong>lo.<br />
»Sus ojos me miraron serenos, sin dar la menor señal de sus pensamientos ni de que<br />
comprendía los míos.<br />
»—Porque quizá —proseguí yo— es incapaz de morir. Tal vez él y nosotros somos...<br />
verdaderamente inmortales.<br />
»Durante largo rato se quedó mirándome.<br />
»—Consciente en aqu<strong>el</strong> estado —agregué por último, cuando desvié la mirada—. De ser así,<br />
¿no tendría también <strong>con</strong>ciencia en cualquier otro estado? El fuego, la luz d<strong>el</strong> sol..., ¿qué<br />
importancia tiene?<br />
»—Louis —dijo <strong>el</strong>la en voz baja—, tú tienes miedo. No te mantienes en garde <strong>con</strong>tra <strong>el</strong><br />
miedo. Sabremos esas respuestas cuando en<strong>con</strong>tremos a quien pueda <strong>con</strong>testárnoslas, quien<br />
posea <strong>el</strong> <strong>con</strong>ocimiento de los siglos, de todo <strong>el</strong> tiempo en que criaturas como nosotros han<br />
pisado la tierra. Ese <strong>con</strong>ocimiento fue nuestro derecho de nacimiento y él nos privó de él. Se<br />
ganó la muerte.<br />
»—Pero no murió... —dije yo.<br />
»—Está muerto —dijo <strong>el</strong>la—. Nadie puede haber escapado de esa casa a menos que saliera<br />
<strong>con</strong> nosotros, a nuestro mismo lado. No. Él está muerto y lo mismo le sucede a su esteta<br />
tembloroso, a su amigo. La <strong>con</strong>ciencia, ¿qué importancia tiene?<br />
»J<strong>un</strong>tó las cartas y las puso a <strong>un</strong> lado, haciéndome <strong>un</strong> gesto para que le pasara los libros<br />
que estaban al lado d<strong>el</strong> baúl, esos libros que había desempacado apenas subiera a bordo, las<br />
pocas narraciones s<strong>el</strong>ectas de <strong>vampiro</strong>s que <strong>el</strong>la había tomado como guías. No incluían ning<strong>un</strong>a<br />
fcción desorbitada de Inglaterra, ni historias de Edgar Allan Poe, nada de fantasía.<br />
Únicamente esos <strong>con</strong>tados textos d<strong>el</strong> este de Europa que se habían <strong>con</strong>vertido en <strong>un</strong>a especie<br />
de Biblia para <strong>el</strong>la. En esos países sin duda incineraban los restos de <strong>un</strong> <strong>vampiro</strong> cuando lo<br />
en<strong>con</strong>traban, le atravesaban <strong>el</strong> corazón <strong>con</strong> <strong>un</strong>a estaca y le cortaban la cabeza. Ella leía esos<br />
libros durante horas, esos antiguos libros que habían sido leídos y r<strong>el</strong>eídos antes de que<br />
llegaran a cruzar <strong>el</strong> Atlántico; eran narraciones de viajeros, narraciones de sacerdotes y<br />
eruditos. Y entonces <strong>el</strong>la planeaba nuestro viaje, sin necesidad de lápiz o pap<strong>el</strong>, sino<br />
únicamente en su cabeza. Un viaje que nos alejaría al instante de las capitales brillantes de<br />
Europa y nos llevaría al mar Negro, donde <strong>el</strong>la se alojaría en Varna y empezaría a realizar su<br />
búsqueda en las zonas rurales de los Cárpatos.<br />
»Para mí se trataba de <strong>un</strong>a propuesta no muy deseable puesto que me ataba a <strong>el</strong>la; yo<br />
tenía deseos de otros lugares y de otros <strong>con</strong>ocimientos que Claudia ni siquiera había<br />
empezado a comprender. Hacía años que se habían plantado en mí las semillas de esos deseos,<br />
semillas que se transformaron en fores amargas cuando <strong>el</strong> barco pasó <strong>el</strong> estrecho de<br />
Gibraltar y entró en las aguas d<strong>el</strong> Mediterráneo.<br />
»Yo quería que esas aguas fueran azules. Y no lo eran. Eran las aguas de la pesadilla, ¡y<br />
cómo me hicieron sufrir entonces cuando me esforcé por recordar las aguas que los sentidos<br />
incultos de <strong>un</strong>a jovenzu<strong>el</strong>a habían dado como realidad, que <strong>un</strong>a memoria indisciplinada había<br />
87