DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
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Maris_Glz<br />
—aseguró.<br />
»El frasco cayó de sus manos. Se tapó las orejas <strong>con</strong> las manos, <strong>con</strong> <strong>el</strong> cuerpo hacia<br />
ad<strong>el</strong>ante y la cabeza también gacha.<br />
»Durante largo rato me quedé mirándolo; no tenía nada que decirle. Y cuando agregó en<br />
voz baja que <strong>el</strong>los querían desacralizarla, diciendo que <strong>el</strong>la, Emily, era ahora <strong>un</strong>a vampira, le<br />
aseguré en voz baja, a<strong>un</strong>que pienso que no me oyó, que no lo era.<br />
»Por último se movió hacia ad<strong>el</strong>ante como si se fuera a caer. Pareció querer coger la v<strong>el</strong>a<br />
y, antes de que su brazo se apoyara en <strong>el</strong> mueble, su dedo tocó la cera caliente y apagó la<br />
pequeña llama que quedaba. Nos quedamos en <strong>un</strong>a completa oscuridad y se le cayó la cabeza<br />
sobre <strong>el</strong> brazo.<br />
»Ahora toda la luz de la habitación pareció <strong>con</strong>centrarse en los ojos de Claudia. Pero<br />
mientras se alargaba <strong>el</strong> silencio y me quedaba allí sentado esperando que Morgan volviera a<br />
levantar la cabeza, apareció la mujer. Su v<strong>el</strong>a lo iluminó, borracho, dormido.<br />
»—Vengan aquí —me dijo <strong>el</strong>la; había fguras oscuras detrás y la vieja posada de madera<br />
bullía <strong>con</strong> <strong>el</strong> movimiento de hombres y mujeres—. Acérquense al fuego.<br />
»—¿Qué van a hacer? —le preg<strong>un</strong>té, levantando a Claudia en mis brazos—. Quiero saber<br />
qué propósitos tienen.<br />
»—Vayan al lado d<strong>el</strong> fuego —ordenó <strong>el</strong>la.<br />
»—No, no lo hagan —dije.<br />
»Pero <strong>el</strong>la entrecerró los ojos y mostró los dientes.<br />
»—¡Ya mismo! —gruñó.<br />
»—Morgan —dije, pero él no me oyó. No podía oírme.<br />
»—Déj<strong>el</strong>o así —dijo la mujer <strong>con</strong> furia.<br />
»—Pero es estúpido lo que están haciendo, ¿no lo comprenden? ¡Esa mujer está muerta!<br />
»—Louis —susurró Claudia para que no pudieran oírla, y me apretó <strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo <strong>con</strong> su brazo<br />
debajo de la pi<strong>el</strong> de mi abrigo—, deja en paz a esta gente.<br />
»Los otros, entonces, entraron en la habitación y se pusieron alrededor de la mesa, <strong>con</strong><br />
rostros graves.<br />
»—Pero, ¿de dónde vienen esos <strong>vampiro</strong>s? —preg<strong>un</strong>té—. Han revisado <strong>el</strong> cementerio. Si se<br />
trata de <strong>vampiro</strong>s, ¿dónde se ocultan? Esa mujer no les puede hacer ningún daño. Atrapen<br />
sólo a los <strong>vampiro</strong>s, si quieren hacer algo.<br />
»—Durante <strong>el</strong> día —dijo <strong>el</strong>la gravemente, guiñando <strong>un</strong> ojo y moviendo la cabeza <strong>con</strong><br />
lentitud—. Durante <strong>el</strong> día; los atrapamos durante <strong>el</strong> día.<br />
»—¿Dónde? ¿Allí en <strong>el</strong> cementerio, cavando en las fosas de su propia gente?<br />
»Ella negó <strong>con</strong> la cabeza.<br />
»—En las ruinas —dijo—. Siempre en las ruinas. Nosotros estábamos equivocados. En los<br />
tiempos de mis abu<strong>el</strong>os, fueron las ruinas y ahora son nuevamente las ruinas. Removeremos<br />
piedra por piedra si es necesario. Pero ustedes..., váyanse a su cuarto ahora. Porque si no se<br />
van ahora mismo, los sacaremos a esa oscuridad...<br />
»Y entonces, de debajo d<strong>el</strong> d<strong>el</strong>antal, sacó su puño cerrado alrededor de <strong>un</strong>a estaca y la<br />
mostró a la luz de la v<strong>el</strong>a.<br />
»—Ya me han oído: ¡váyanse! —dijo, y los hombres empujaron detrás de <strong>el</strong>la, <strong>con</strong> las bocas<br />
cerradas y los ojos brillando en la oscuridad.<br />
»Sí... —le dije—. Saldremos afuera. Lo prefero así. Afuera. —Y pasé a su lado, casi<br />
arrojándola a <strong>un</strong> costado, viendo cómo los demás me abrían paso. Puse la mano en <strong>el</strong><br />
picaporte de la posada y la abrí <strong>con</strong> <strong>un</strong> rápido movimiento.<br />
»—¡No! —gritó la mujer <strong>con</strong> su alemán gutural—. ¡Usted está loco! —y se me acercó<br />
corriendo. Luego miró <strong>el</strong> picaporte, aterrorizada, y puso las manos <strong>con</strong>tra los rústicos<br />
tablones de la puerta—. ¿Sabe usted lo que hace?<br />
»—¿Dónde están las ruinas? —le preg<strong>un</strong>té <strong>con</strong> calma—. ¿A qué distancia? ¿Están a la<br />
izquierda o a la derecha d<strong>el</strong> camino?<br />
»—No, no —dijo sacudiendo violentamente la cabeza; empujé la puerta y sentí <strong>el</strong> aire frío<br />
en la cara.<br />
»Una de las mujeres dijo algo, enfadada y cortante, y <strong>un</strong>o de los niños gimió en su sueño.<br />
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