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DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki

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Maris_Glz<br />

entre tú y yo.<br />

»Sacudí la cabeza, pero <strong>el</strong>la se apretó aún más <strong>con</strong>tra mí y bajó los párpados, de modo<br />

que sus frondosas cejas casi me acariciaban las mejillas.<br />

»—El secreto es, Louis, que deseo matarlo. Lo disfrutaré.<br />

»Me arrodillé a su lado, mudo, y sus ojos me estudiaban como lo habían hecho <strong>con</strong> tanta<br />

frecuencia en <strong>el</strong> pasado; y, luego, <strong>el</strong>la dijo:<br />

»—Mato a seres humanos todas las noches. Los seduzco, los acerco a mi lado <strong>con</strong> <strong>un</strong><br />

hambre insaciable, <strong>un</strong>a <strong>con</strong>stante búsqueda sin fn de algo..., algo que no sé lo que es... —Se<br />

puso los dedos sobre los labios y los apretó, y su boca se abrió a medias y pude ver <strong>el</strong> brillo<br />

de sus dientes—. No me importa nada de dónde vienen, ni a dónde van, si no los he<br />

en<strong>con</strong>trado en mi camino. ¡Pero él no me gusta! Quiero que muera y lo tendré muerto. Lo<br />

disfrutaré.<br />

»—Pero, Claudia, no es mortal. Es inmortal. Ning<strong>un</strong>a enfermedad lo puede afigir. La edad<br />

no lo abruma. ¡Amenazas <strong>un</strong>a vida que puede llegar al fn d<strong>el</strong> m<strong>un</strong>do!<br />

»—¡Ah, sí, eso es precisamente! —dijo <strong>el</strong>la <strong>con</strong> <strong>un</strong> miedo reverencial—. Una vida que podría<br />

haber vivido durante siglos. ¡Qué sangre, qué poderío! ¿Piensas que tendré su poder y <strong>el</strong> mío<br />

cuando se lo arrebate?<br />

»Entonces, me enfurecí. Me puse de pie súbitamente y me separé de <strong>el</strong>la. Podía oír <strong>el</strong><br />

susurro de los humanos a mí alrededor. Susurraban d<strong>el</strong> padre y de la hija, de esa frecuente<br />

visión de devoción amorosa. Me di cuenta de que hablaban de nosotros.<br />

»—No es necesario —le dije a <strong>el</strong>la—. Supera cualquier necesidad, todo sentido común,<br />

toda...<br />

»—¡Qué! ¿Humanidad? Es <strong>un</strong> asesino —murmuró—. Un depredador solitario —repitió <strong>el</strong><br />

propio término de Lestat, burlándose—. No interferas <strong>con</strong>migo ni quieras saber cuándo pienso<br />

hacerlo ni te interpongas entre nosotros... —Entonces levantó las manos para hacerme callar y<br />

tomó las mías <strong>con</strong> mucha fuerza, <strong>con</strong> sus pequeños dedos apretando, torturando mi pi<strong>el</strong>—. Si<br />

lo haces, ocasionarás mi destrucción <strong>con</strong> tu interferencia. No se me puede desalentar.<br />

»Y se alejó en <strong>un</strong> remolino de lazos de sombrero y ecos de pasos. Me di vu<strong>el</strong>ta, sin prestar<br />

atención a la dirección que tomaba, deseando que la ciudad me tragara, <strong>con</strong>sciente ahora d<strong>el</strong><br />

hambre que crecía hasta abrumar mi razón. Casi detesté tener que ponerle p<strong>un</strong>to fnal.<br />

Necesitaba dejar que la lujuria y la excitación destruyeran toda mi <strong>con</strong>ciencia, y pensé en<br />

matar <strong>un</strong>a y otra vez, caminando lentamente por esa calle y la siguiente, moviéndome<br />

inexorablemente hacia la muerte, diciendo: "Es <strong>un</strong> hilo que me empuja por <strong>el</strong> laberinto. No<br />

tiro d<strong>el</strong> hilo. El hilo tira de mí...". Me quedé inmóvil en la rué Conti, escuchando <strong>un</strong> rugido<br />

sordo, <strong>un</strong> sonido <strong>con</strong>ocido. Eran los esgrimistas, arriba, en <strong>el</strong> salón, avanzando en <strong>el</strong> piso de<br />

madera, precipitándose, ad<strong>el</strong>ante, atrás, y <strong>el</strong> entrechocar plateado de las espadas. Me apoyé<br />

en <strong>un</strong>a pared desde donde los podía ver a través de las altas ventanas desnudas: los jóvenes<br />

batiéndose en la noche, <strong>el</strong> brazo izquierdo curvo como <strong>el</strong> brazo de <strong>un</strong> bailarín, la gracia<br />

acercándose a la muerte, la gracia lanzándose al corazón; las imágenes d<strong>el</strong> joven Freniere<br />

empuñando ahora hacia ad<strong>el</strong>ante la hoja de plata, o siendo empujada por <strong>el</strong>la hasta <strong>el</strong><br />

inferno. Alguien había llegado a la calle por los angostos escalones de madera; <strong>un</strong> chico, <strong>un</strong><br />

chico tan joven que estaba colorado y encendido por la esgrima, y bajo su <strong>el</strong>egante abrigo<br />

gris y su camisa de seda fotaba <strong>el</strong> dulce aroma de la colonia y las sales. Pude sentir su calor<br />

cuando salió a la luz mortecina de la calle. Se reía <strong>con</strong>sigo mismo, hablando casi<br />

imperceptiblemente, <strong>con</strong> su p<strong>el</strong>o castaño cayéndos<strong>el</strong>e sobre los ojos mientras caminaba,<br />

sacudiendo la cabeza, <strong>con</strong> los rizos que subían y bajaban. Y entonces se detuvo en seco, <strong>con</strong><br />

sus ojos fjos en mí. Miró y sus párpados temblaron <strong>un</strong> poco y se rió nerviosamente.<br />

»—Perdóneme —dijo a <strong>con</strong>tinuación en francés—. ¡Me asustó!<br />

»Y cuando se movió para hacer <strong>un</strong>a reverencia ceremoniosa y quizá pasar a mi lado, se<br />

quedó inmóvil y la sorpresa le cruzó <strong>el</strong> rostro. Pude ver latir su corazón en la carne rósea<br />

de sus mejillas, oler <strong>el</strong> súbito sudor de su cuerpo fuerte y joven.<br />

»—Me viste a la luz d<strong>el</strong> farol —le dije—. Y mi cara te pareció la máscara de la muerte.<br />

»Abrió los labios y los cerró e, invol<strong>un</strong>tariamente, asintió, <strong>con</strong> los ojos deslumbrados.<br />

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