DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Maris_Glz<br />
había hecho. Y, por supuesto, n<strong>un</strong>ca le hice esa preg<strong>un</strong>ta porque no valía la pena <strong>el</strong> escándalo<br />
que hubiera armado. ¡Lestat, encariñado <strong>con</strong> <strong>un</strong> mortal! Probablemente hubiera roto los<br />
muebles de la sala en <strong>un</strong> ataque de furia.<br />
»A la noche siguiente —después de la que acabo de describirte—, me irritó miserablemente<br />
pidiéndome que fuera <strong>con</strong> él al piso d<strong>el</strong> músico. Estaba evidentemente simpático, en <strong>un</strong>o de<br />
esos días en que quería mi compañía. Cuando se divertía, le sucedía eso. Deseaba ver <strong>un</strong>a<br />
buena obra de teatro, <strong>un</strong>a ópera, <strong>un</strong> ballet, y siempre quería que lo acompañase. Pienso que<br />
debo de haber visto Macbeth <strong>con</strong> él <strong>un</strong>as quince veces, íbamos a cada actuación, incluso a las<br />
de afcionados, y Lestat luego caminaba a casa, repitiendo líneas <strong>con</strong>migo e incluso gritando a<br />
los transeúntes <strong>con</strong> <strong>un</strong> dedo estirado: "Mañana, y mañana, y mañana", hasta que nos evitaban<br />
como si estuviésemos ebrios.<br />
Pero esta efervescencia era febril y muy susceptible de terminar en <strong>un</strong> santiamén; nada<br />
más que <strong>un</strong>a o dos palabras de simpatía de mi parte, alg<strong>un</strong>a sugerencia de que había<br />
en<strong>con</strong>trado agradable su compañía, podían borrar esas situaciones durante meses. Incluso<br />
años. Pero ahora se acercó a mí muy simpático y me pidió que lo acompañara al cuarto d<strong>el</strong><br />
joven. Hasta me apretó <strong>el</strong> brazo cuando me lo pidió. Y yo, aburrido, paralizado, le di <strong>un</strong>a<br />
excusa miserable —pensando únicamente en Claudia, en <strong>el</strong> agente, en <strong>el</strong> desastre inminente—.<br />
Lo podía sentir y me preg<strong>un</strong>té si él no lo sentía. Y, por último, recogió <strong>un</strong> libro d<strong>el</strong> su<strong>el</strong>o y me<br />
lo arrojó, gritando:<br />
»—¡Lee entonces tus malditos poemas! ¡Púdrete!<br />
»Y se alejó hecho <strong>un</strong>a furia.<br />
»Esto me preocupó. No te puedes imaginar lo que me preocupó. Quería que él siguiera<br />
frío, impasible, distante. Resolví rogarle a Claudia que se olvidara d<strong>el</strong> as<strong>un</strong>to. Me sentí<br />
impotente y terriblemente cansado. Pero la puerta de Claudia estuvo cerrada hasta que salió<br />
y yo sólo la había visto <strong>un</strong> seg<strong>un</strong>do mientras Lestat hablaba, <strong>un</strong>a visión de lazos y hermosura<br />
mientras se ponía <strong>el</strong> abrigo; nuevamente las mangas anchas y <strong>un</strong> lazo violeta en <strong>el</strong> pecho, sus<br />
medias blancas de hilo bajo <strong>el</strong> dobladillo de su pequeño vestido y sus zapatitos de <strong>un</strong> blanco<br />
inmaculado. Me lanzó <strong>un</strong>a mirada distante al salir.<br />
»Cuando regresé más tarde, saciado y por <strong>un</strong> rato demasiado perezoso como para que me<br />
molestaran mis pensamientos, empecé a sentir gradualmente que ésa sería la noche. Ella lo<br />
intentaría esa noche.<br />
»No te puedo decir cómo lo supe. Había cosas en <strong>el</strong> piso que me molestaban, me<br />
alertaban. Claudia se encerró en la sala trasera. Y me pareció escuchar otra voz, <strong>un</strong> susurro.<br />
Claudia jamás traía a nadie al piso; nadie, salvo Lestat, lo hacía. Él sí traía a sus mujeres.<br />
Pero supe que allí había alguien; sin embargo, no me llegó ningún olor, ningún sonido preciso.<br />
Luego, hubo aromas de comida y bebida. Y los crisantemos estaban en la jarra de plata;<br />
fores que para Claudia signifcaban la muerte.<br />
»Luego vino Lestat, cantando algo entre dientes. Su bastón hizo <strong>un</strong> ruido <strong>con</strong>tinuo en la<br />
barandilla de la escalera de caracol. Vino por <strong>el</strong> largo pasillo, <strong>con</strong> su rostro encendido por la<br />
matanza, y los labios rojos, y puso su música en <strong>el</strong> piano.<br />
»—¿Lo maté o no lo maté? —me hizo la preg<strong>un</strong>ta, señalándome <strong>con</strong> <strong>un</strong> dedo—. ¿Qué opinas?<br />
»—No lo hiciste —dije torpemente—. Porque me invitaste a ir <strong>con</strong>tigo y jamás compartes<br />
<strong>con</strong>migo tus muertes.<br />
»—Ah, pero... ¡lo maté porque me enfureciste rechazando mi invitación! —dijo, y levantó de<br />
<strong>un</strong> golpe la tapa d<strong>el</strong> teclado.<br />
»Pude ver que <strong>con</strong>tinuaría en esa vena hasta la madrugada. Estaba excitado. Lo miré<br />
tocando la música, pensando, ¿Puede morir? ¿Puede realmente morir? ¿Y <strong>el</strong>la piensa hacerlo?<br />
En <strong>un</strong> momento, quise ir a verla y decirle que abandonara todo, incluso <strong>el</strong> proyectado viaje, y<br />
que viviéramos como hasta entonces. Pero tuve la sensación de que ya no habría marcha<br />
atrás. Desde <strong>el</strong> día en que <strong>el</strong>la había empezado a hacerle preg<strong>un</strong>tas, esto —fuera lo que<br />
fuese— era inevitable. Y sentí <strong>un</strong> peso encima de mí clavándome en la silla.<br />
»Hizo dos acordes <strong>con</strong> las manos. Tenía <strong>un</strong> gran alcance y, en <strong>un</strong>a vida mortal, hubiera sido<br />
<strong>un</strong> buen pianista. Pero tocaba sin sentimiento, siempre estaba fuera de la música, sacándola<br />
d<strong>el</strong> piano como por arte de magia, por <strong>el</strong> virtuosismo de sus sentidos y su dominio de<br />
68