DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
DESCARGAR entrevista con el vampiro - Soy un yonki
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Maris_Glz<br />
Creo —reinició su r<strong>el</strong>ato <strong>el</strong> <strong>vampiro</strong>— que <strong>el</strong> mismo nombre de París me trajo <strong>un</strong> soplo de<br />
placer que fue extraordinario, <strong>un</strong> alivio tan próximo al bienestar que me sorprendí no sólo de<br />
poder sentirlo sino de haberme olvidado casi de esa sensación.<br />
»Me preg<strong>un</strong>to si puedes comprender lo que signifcó. Mis palabras no lo pueden expresar<br />
ahora porque lo que París implica para mí es muy diferente de entonces, de aqu<strong>el</strong>los días, de<br />
aqu<strong>el</strong>la época; pero a<strong>un</strong> ahora, cuando lo recuerdo, siento algo parecido a la f<strong>el</strong>icidad. Y<br />
ahora tengo más razones que n<strong>un</strong>ca para decir que la f<strong>el</strong>icidad no es lo que jamás llegaré a<br />
<strong>con</strong>ocer ni lo que mereceré <strong>con</strong>ocer. No obstante, <strong>el</strong> nombre de París me hace sentirla.<br />
»A menudo la b<strong>el</strong>leza mortal me du<strong>el</strong>e y la grandeza mortal me puede llenar <strong>con</strong> esa<br />
añoranza que sentí <strong>con</strong> tanta desesperación en <strong>el</strong> Mediterráneo. Pero París me acercó a su<br />
corazón, y me olvidé por completo de mí mismo. Me olvidé de esa cosa <strong>con</strong>denada y<br />
sobrenatural que andaba <strong>con</strong> <strong>un</strong>a pi<strong>el</strong> mortal y <strong>un</strong>as vestimentas mortales. París me abrumó y<br />
me iluminó y me recompensó <strong>con</strong> más riquezas que cualquier promesa.<br />
»Era la madre de Nueva Orleans: comprende eso primero; le había dado su vida a Nueva<br />
Orleans, y era lo que Nueva Orleans había tratado de ser durante mucho tiempo. Pero Nueva<br />
Orleans, a<strong>un</strong>que hermosa y desesperadamente viva, era también desesperadamente frágil.<br />
Había algo salvaje y primitivo para siempre, algo que amenazaba su vida exótica y refnada<br />
tanto desde adentro como desde afuera. Ni <strong>un</strong> centímetro de esas calles de madera, ni <strong>un</strong><br />
ladrillo de esas atestadas casas españolas habían sido traídos de la fera intemperie que<br />
rodeaba eternamente a la ciudad, lista para tragárs<strong>el</strong>a. Los huracanes, las in<strong>un</strong>daciones, las<br />
febres, la plaga y los pantanos de Luisiana trabajaban, incesantes, en cada tabla martilleada,<br />
en cada fachada de piedra, de modo que Nueva Orleans siempre parecía como <strong>un</strong> sueño en la<br />
imaginación de su populacho ansioso, <strong>un</strong> sueño mantenido intacto por <strong>un</strong>a vol<strong>un</strong>tad colectiva y<br />
tenaz, a<strong>un</strong>que in<strong>con</strong>sciente.<br />
»Pero París, París era en sí misma <strong>un</strong>a totalidad, pulida y mod<strong>el</strong>ada por la Historia; así<br />
parecía en aqu<strong>el</strong>la época de Napoleón III, <strong>con</strong> los edifcios <strong>con</strong> sus torres, sus imponentes<br />
catedrales, sus grandes avenidas y sus antiguas calleju<strong>el</strong>as medievales: tan vasta e<br />
indestructible como la misma naturaleza. Ella todo lo abarcaba. Su población volátil y<br />
encantada llenaba las galerías, los teatros, los cafés, dando vida, <strong>un</strong>a y otra vez, al genio y la<br />
santidad, la flosofía y la guerra, la frivolidad y <strong>el</strong> arte más b<strong>el</strong>lo; de modo que parecía que<br />
todo <strong>el</strong> m<strong>un</strong>do fuera de <strong>el</strong>la estuviera a p<strong>un</strong>to de h<strong>un</strong>dirse en la oscuridad y todo lo que era<br />
hermoso y esencial podía llegar allí a dar su mejor fruto. Incluso los árboles majestuosos que<br />
agraciaban y protegían sus calles estaban a tono <strong>con</strong> <strong>el</strong>la. Y las aguas d<strong>el</strong> Sena, <strong>con</strong>tenidas y<br />
hermosas mientras pasaban por su corazón. Y la tierra en ese lugar, tan formada por la<br />
sangre y la <strong>con</strong>ciencia, parecía haber dejado de ser la tierra y haberse <strong>con</strong>vertido en París.<br />
»Nuevamente estábamos <strong>con</strong> vida. Estábamos enamorados, y tan eufórico estaba yo<br />
después de esas noches sin esperanza vagab<strong>un</strong>deando por <strong>el</strong> este de Europa, que me<br />
entregué por completo cuando Claudia nos instaló en <strong>el</strong> Hot<strong>el</strong> Saint-Gabri<strong>el</strong>, en <strong>el</strong> boulevard<br />
des Capucines. Se decía que era <strong>un</strong>o de los hot<strong>el</strong>es más grandes de Europa; sus habitaciones<br />
inmensas empequeñecían <strong>el</strong> recuerdo de nuestra vieja casona, pero, al mismo tiempo, lo<br />
invocaban <strong>con</strong> <strong>un</strong> agradable esplendor, íbamos a tener <strong>un</strong>a de las mejores suites. Nuestras<br />
ventanas daban al boulevard iluminado <strong>con</strong> lámparas de gas, y allí, a primera hora d<strong>el</strong><br />
atardecer, las aceras se llenaban de paseantes y <strong>un</strong>a hilera interminable de carruajes<br />
pasaban llevando a damas lujosamente ataviadas, j<strong>un</strong>to a sus caballeros, camino de la Opera<br />
—o la Opera Comique—, los teatros, las festas y las recepciones infnitas de las Tullerías.<br />
»Claudia dio sus razones para ese gasto de <strong>un</strong> modo amable y lógico, pero pude darme<br />
cuenta de que se impacientaba teniendo que pedir todo por mi intermedio; le era irritante.<br />
Dijo que <strong>el</strong> hot<strong>el</strong> nos permitiría <strong>un</strong>a libertad completa; nuestros hábitos nocturnos pasarían<br />
inadvertidos <strong>con</strong> la <strong>con</strong>tinua afuencia de turistas europeos; nuestras habitaciones serían<br />
mantenidas inmaculadas por <strong>un</strong> equipo anónimo, mientras que <strong>el</strong> <strong>el</strong>evadísimo precio que<br />
pagábamos nos garantizaría la intimidad y la seguridad. Pero había algo más en sus palabras.<br />
Había <strong>un</strong> propósito frenético en sus compras.<br />
»—Éste es mi m<strong>un</strong>do —me explicó, sentada en <strong>un</strong>a sillita de terciop<strong>el</strong>o d<strong>el</strong>ante d<strong>el</strong> gran<br />
106