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<strong>Desarrollo</strong> <strong>social</strong> <strong>inclusivo</strong>: una nueva generación de políticas para superar la pobreza...<br />
En síntesis, la heterogeneidad territorial latinoamericana reclama estrategias selectivas y diferenciadas. Las sinergias<br />
entre los agentes públicos y privados, entre los distintos niveles de gobierno y entre los sectores productivos locales<br />
y los mercados más amplios son un componente esencial para activar el desarrollo territorial. Estas iniciativas deben<br />
complementarse con los esfuerzos nacionales que, por medio de las políticas de descentralización y asignación<br />
territorial de recursos, tratan de potenciar el desarrollo de las regiones más rezagadas y atender sus necesidades más<br />
apremiantes (CEPAL, 2010a).<br />
F. Proteger a la población frente a desastres<br />
La ocurrencia de desastres relacionados con fenómenos naturales ha experimentado un sustantivo aumento a nivel<br />
mundial a partir de los años sesenta y América Latina y el Caribe no es la excepción. El promedio anual de desastres<br />
en la región, que fue de 19 en la década de 1960, aumentó a 68 en la primera década del siglo XXI. Por lo tanto, la<br />
adopción de medidas de mitigación de índole económica y <strong>social</strong>, en especial para disminuir la exposición de la<br />
población y recuperar la infraestructura, el empleo y los activos productivos y patrimoniales dañados, se torna cada<br />
vez más necesaria (Vargas, 2015).<br />
El tránsito de las amenazas a los desastres está lejos de ser un proceso exclusivamente natural; se vincula con<br />
la actividad humana y depende de condicionantes <strong>social</strong>es. En varios estudios (Blaikie y otros, 1996; Cutter, Boruff<br />
y Shirley, 2003) se señala que, entre los factores que contribuyen a la ocurrencia de desastres, están la expansión<br />
urbana hacia áreas no aptas para la edificación y la creciente degradación del medio ambiente. En América Latina y<br />
el Caribe, el impacto de los desastres varía según la condición socioeconómica de los hogares: los que se encuentran<br />
en situación de pobreza están más expuestos, tienen acceso limitado a instrumentos de gestión del riesgo y presentan<br />
mayores dificultades para enfrentar las pérdidas ocasionadas por los eventos (Vakis, 2006). Sin embargo, el creciente<br />
nivel de riesgo y exposición a desastres, especialmente de grupos vulnerables, no siempre es percibido como un<br />
riesgo real por gran parte de la población, lo que deriva en una baja movilización política para demandar medidas<br />
inmediatas por parte de los Estados y asumir los costos económicos necesarios para robustecer la protección ante<br />
la ocurrencia de estos eventos.<br />
Para dar sostenibilidad al desarrollo de los países, así como para robustecer las estrategias nacionales de<br />
superación de la pobreza y desigualdad, es urgente vincular las políticas <strong>social</strong>es con la agenda “verde” relacionada<br />
con los desastres y el cambio climático (Vargas, 2015). En particular, debería reconocerse la agudización del vínculo<br />
entre vulnerabilidad y desastres, y habría que rediseñar los sistemas de protección <strong>social</strong> para tomar en cuenta las<br />
consecuencias propias de los desastres y del cambio climático (Lo Vuolo, 2014) a fin de contribuir a aumentar la<br />
resiliencia de la población y de los asentamientos, especialmente de los que se encuentran en situación de pobreza,<br />
considerando las necesidades de los diferentes grupos de población (primera infancia, mujeres embarazadas, niños<br />
y niñas en edad escolar, adolescentes, población en edad de trabajar, adultos mayores, personas con discapacidad<br />
y otros) o las áreas geográficas específicas con una alta vulnerabilidad a los desastres (véase el recuadro IV.7).<br />
Asimismo, sería deseable que estos instrumentos tuvieran criterios operativos flexibles en materia de ajuste y extensión<br />
de la cobertura para ofrecer una respuesta efectiva en el menor tiempo posible, facilitando la coordinación con los<br />
esfuerzos realizados por distintas organizaciones no gubernamentales y privadas (Vakis, 2006).<br />
Por último, es necesario buscar una mayor integralidad de las políticas públicas concebidas para hacer frente a<br />
los desastres, de modo que se articulen en sistemas de prevención, mitigación y recuperación existentes. Eso supone<br />
la disponibilidad, entre otras cosas, de información sistemática y de buena calidad desagregada a nivel territorial para<br />
poder seleccionar de forma eficiente y planificada a los que tengan alta exposición y vulnerabilidad ante desastres, y<br />
así incluirlos de manera prioritaria en las políticas públicas destinadas a incrementar la resiliencia de las personas y<br />
las comunidades frente a esos fenómenos (Vargas, 2015). Es importante señalar que la Agenda 2030 para el <strong>Desarrollo</strong><br />
Sostenible reconoce explícitamente el vínculo entre pobreza y vulnerabilidad a desastres naturales 28 .<br />
28<br />
La meta 1.5 establece: De aquí a 2030, fomentar la resiliencia de los pobres y las personas que se encuentran en situación de<br />
vulnerabilidad y reducir su exposición y vulnerabilidad a los fenómenos extremos relacionados con el clima y otras perturbaciones y<br />
desastres económicos, <strong>social</strong>es y ambientales.<br />
Capítulo IV<br />
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