Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio
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A orillas del camino hay un silo pintado como si fuera una caja de Mejoral. Me duele un<br />
poco la cabeza. Abro la ventana y la brisa tibia entra con fuerza. Con olor a alfalfa o avena.<br />
O algo así.<br />
—Este pito no está nada mal, Matías —me dice el Nacho, que no ha hablado demasiado, lo cual<br />
me alegra pero a la vez me molesta—. Deberías probarlo.<br />
—Si esto no ha sido una declaración de principios<br />
—me explico, algo lateado—. No tengo nada personal contra los pitos. M^ encanta el olor,<br />
qué sé yo. Tan solo me carga eso de que la gente se crea el cuento de que se están<br />
dragando, que están violando la ley. Las huevas. Para evadirse hay que usar cosas más<br />
pesadas. Y tener algo de lo cual evadirse.<br />
—Estás loco, Vicuña.<br />
—Yo creo que tiene razón —me apoya el Nacho que, mal que mal, algo sabe del tema, creo.<br />
—Exacto, man. Si le pones, mejor ponerle de verdad. Y jugársela. Las drogas blandas, cosechadas,<br />
me latean. No sirven de nada.<br />
—O sea, los pitos y el peyote, por ejemplo, son malos.<br />
—Odio a la gente que se pega la volada en San Pedro. Me revienta. Eso de ir hasta el desierto y<br />
llegar a San Pedro de Atacama a dedo para secar el peyote y volarse con los gringos, y las<br />
holandesas con sus chombas peruanas o bolivianas, me parece apestoso.<br />
—Se nota que no has ido, Vicuña.<br />
—Ni pienso ir.<br />
Debería cambiar de tema. Hablar del cura y el misticismo, o de mi judaismo, pero siento<br />
que no me puedo correr. Estoy en la mira, como siempre. Aún no entiendo cómo llegamos<br />
a este tema. Tampoco estoy convencido de mi postura. Pero todos están en silencio,<br />
esperando una respuesta. Decido atinar.<br />
Respiro.<br />
Cebolla, comino, marihuana, avena, alfalfa, Azzaro.<br />
—Los alucinógenos —me embalo— no son verdaderas drogas. Son mediadores para hacer otra<br />
cosa. No