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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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calcetines y, la verdad, me dio absolutamente lo mismo porque sentí que no tenía nada que<br />

ocultar. —Vamos, huevón.<br />

Entramos a otra pieza, sin ventanas, enchapada en madera, que hervía con un calor seco;<br />

había unos cinco tipos, todos cuarentones con pinta de millonarios. Yo empecé a sudar. A<br />

sudar harto. A botar el trago y el jale, eso sentí. Después de un rato entró una mujer, vestida<br />

con una bata transparente. Lo más impresionante era su melena tipo años sesenta que casi<br />

tocaba el techo.<br />

357<br />

—Rebecca, te estaba esperando.<br />

La mina nos pasó una bata a cada uno y nos llevó a la pieza donde habíamos dejado la ropa.<br />

Ahí estaba, jalando, otra tipa, más joven, increíblemente dura y relajada, recostada en la<br />

cama. Estaba desnuda, pero era como si hubiera estado vestida. Le daba lo mismo.<br />

—Hola, soy Solange —me dijo.<br />

La Rebecca apagó la luz y encendió otra que era como de un color café, que dejó todo a<br />

oscuras pero igual con algo de luminosidad. En seguida, se sacó la bata y le sacó a mi viejo<br />

la suya y, con una toalla negra, empezó a secarle la transpiración y a lamerle las tetillas.<br />

—Relájate, Matías. Tú sabes cómo hacer este tipo de cosas, ¿no?<br />

La otra, Solange, se me acercó, se sentó al borde de la cama, me sacó la bata y, antes de<br />

secarme, comenzó a hacer dibujos con los dedos sobre mi sudor resbaladizo. Después se<br />

abrió de piernas y me empujó sobre la cama, donde jalé una línea antes de empezar. Miré a<br />

mi padre, a pocos centímetros de mí, tirado en la cama, con la Rebecca sobre él,<br />

masajeándole el cuello.<br />

—Estamos locos, padre —le dije.<br />

—Estamos calientes no más.<br />

Con la mano limpio el vaho acumulado en el ventanal. El calor seco del sauna invade todo<br />

el departamento. Mi padre está en la cama, dormitando. Le sirvo un Etiqueta Negra y lo<br />

pongo en el velador. Saco el espejo de encima del colchón y lo cuelgo en su lugar de<br />

origen. La luz café sigue encendida. Son las cinco y tanto de la mañana, me fijo. Me parece<br />

imposible todo lo ocurrido. Incluso eso de haber cambiado de mina o de<br />

haber tirado los dos con la Solange mientras la Rebecca picaba más jale y la miraba

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