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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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me pareció que las estrellas eran como frutos que se enredaban en las ramas.<br />

Nunca las volvimos a ver, claro. Llegaron los exámenes y las fiestas de fin de año y el<br />

veraneo. El Nacho se encontró una vez con la Vanessa en el Unimarc, creo, pero él andaba<br />

con su vieja así que solo se miraron y nadie dijo nada. Pasó el tiempo, el Nacho partió a<br />

Valparaíso, lo deportaron de su casa y se fue a otro barrio. Y yo dejé de venir por aquí.<br />

Dudo que el Nacho vuelva a su casa. Dudo, además, que siga viéndolo a menudo. O si lo<br />

veo, que tengamos mucho de que hablar. Dudo, por ejemplo, que nos dediquemos<br />

nuevamente a seducir empleadas en las plazas. O a tirarnos en la arena, a hablar durante<br />

horas de minas, de padres, de ropa, que sigamos planeando nuestro viaje post-PAA a<br />

Australia, en un barco mercante, con parada en la Isla de Pascua y en Fidji y en Nauru, un<br />

islote que al Nacho lo obsesiona aun más que la costa norte de Maui con su pipe-line y sus<br />

competencias acuáticas por doquier.<br />

Me dan ganas de llamarlo y contarle que estuve por aquí, que anoche leí The Catcher in the<br />

Rye y decirle que si quiere se lo presto. Pero quizás sea mejor no decírselo. Si le cuento,<br />

capaz que empiece a echarlo de menos. Y podría ser un error.<br />

Llego al restorán vegetariano antes de lo acordado con la Flora Montenegro y me siento a<br />

hacer hora. Aburrido, reviso mis cuadernos, leo algunos párrafos y<br />

frases que subrayé anoche en el libro, como la parte referente al guante de béisbol de Allie<br />

y eso de que «casi siempre, cuando alguien me obsequia un regalo, termino triste».<br />

Mientras leo, tomo un jugo de zanahoria y naranja que se supone es la especialidad de la<br />

casa.<br />

En eso aparece la Flora. Anda con una colorida chomba peruana —de ésas compradas en<br />

Cuzco— y un blazer negro que no le viene. Se ve que anda de malas. Está incómoda. Mira<br />

a todos los lados, excepto a donde están mis ojos.<br />

—Perdona, Matías, pero me agarré con la directora. Por eso me atrasé. Defendiendo a una<br />

colega de la tarde que faltó a clases la semana pasada por haber ido al Caupolicán a<br />

escuchar a Freí. —¿Tú fuiste? —Sí, por supuesto. —Ah.<br />

—Oye, tú hoy faltaste a clases, ¿no? —¿Cómo supiste?<br />

—Te andaba buscando para cancelar la cita. Le pregunté a tu Antonia si estabas en el colegio y me<br />

dijo que no. Supuse, por lo tanto, que habías hecho la cimarra, así que no seguí averiguando para<br />

no cagarte... ¿Qué quieres almorzar? Pide lo que quieras; esta vez invito yo. Aprovecha.<br />

A la Flora la conozco desde el año pasado, cuando se convirtió en mi profesora de<br />

castellano, pero es como si la conociera de toda la vida. Ella enseña solo a los segundos y<br />

terceros medios. Ésta es, por lo tanto, mi segunda temporada bajo su tutela. Lo de tutela es<br />

literal,

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