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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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Pero aquí estoy, mirándome fijo, sentado en una vieja silla metálica de los años treinta,<br />

rodeado de viejos llenos de gomina Brancato, en una peluquería extraviada en un<br />

subterráneo.<br />

Cuando me topé con el Tata Iván, ya tenía puestas un par de líneas, es verdad. El encuentro,<br />

eso sí, me alteró, especialmente eso de que no me dejara marcharme, porque si hay algo<br />

que no tolero en esta vida es que otros tomen decisiones por mí. O me obliguen a hacer<br />

cosas para así no sentirme culpable, que es como lo mismo. Pero del dicho al hecho hay<br />

mucho trecho y no pude librarme de él.<br />

Sucedió así, creo:<br />

Salimos del Haití cuando acababan de lanzar una bomba lacrimógena y al Tata le bajó un<br />

acceso de tos más o menos. Yo pensé que se iba a morir ahí mismo, al verlo cómo lloraba y<br />

que estaba rojísimo. Pero no se murió y nos echamos a correr. Me imaginé que él estaría<br />

pensando en Hungría y en los ghettos de Budapest, y no me quedó otra que tomarle la mano<br />

y apurar el paso porque, a pocos metros de nosotros, un paco le pegaba con todas sus<br />

fuerzas a un tipo que estaba en el suelo y sangraba como si hubiera tenido dentro una<br />

cañería trizada.<br />

Corrimos hacia la Alameda pero ahí la guerra era peor. Se me ocurrió que podíamos<br />

escondernos en una farmacia, pero el maraco del dueño cerró justo la cortina de metal y nos<br />

quedamos afuera, a la intemperie, en medio de las sirenas, los botellazos y los disparos.<br />

—A la otra cuadra. Al Club —me gritó el Tata, que sudaba y tenía el rostro congestionado.<br />

Así que seguimos corriendo mientras un lanza-aguas perseguía a los manifestantes que<br />

trataban de rayar con spray el frontis de la Universidad de Chile. —¡Aquí, aquí! Entremos<br />

aquí. Menos mal que era cerca: una cuadra más y el viejo se hubiera muerto ahí mismo.<br />

Subimos las escaleras de mármol y fue como si las columnas y los portones de metal nos<br />

protegieran de inmediato. La puerta era giratoria; yo entré primero, empujándola con todas<br />

mis fuerzas porque la cuestión pesaba su buen poco. —Joven, ¿adonde cree que va? —Qué<br />

te pasa —alcancé a decirle al portero antes de •que apareciera mi abuelo en serio estado de<br />

conmoción.<br />

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