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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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pasos y me tiendo en la arena tibia, que se adhiere a los espacios entre los dedos de mis<br />

pies. A veces se siente uno bien; hasta me podría acostumbrar a vivir así. Miro la hora: las<br />

once y media. Ahora estaría en clases de Química. Pero prefiero estar aquí, sobre la arena:<br />

como si estuviera en la playa; saco mis anteojos oscuros para enfrentarme al sol de manera<br />

más audaz. No es la primera vez que estoy tirado en este pozo de arena.<br />

Antes venía siempre a esta plaza con complejo de cerro. El Nacho vivía por aquí. Sus<br />

padres viven a una cuadra: en El Trovador. Típico que iba a su casa a estudiar pero nos<br />

apestábamos y traíamos al Maximiliano, su perro, para que jugara con sus compinches<br />

mientras nos dedicábamos a fumar cigarrillos —bueno, yo no fumo— o pitos y tomar<br />

cerveza o comer charqui o lonjas de lomito ahumado o aceitunas verdes que comprábamos<br />

en el Unimarc de la esquina.<br />

264<br />

265<br />

Gracias al Maximiliano, conocimos a dos empleadas del barrio. Elena, se llamaba una;<br />

Vanessa, la otra. La primera paseaba a una guagua rubia, de cachetes rosados, en un coche.<br />

La Vanessa, que era más rica y no usaba nada debajo del delantal a cuadros verde agua,<br />

sacaba a pasear un perro salchicha de nombre Pe-Efe,<br />

igual que las cecinas.<br />

Las conocimos aquí, hace unos dos años. Era en noviembre, época de pruebas globales y<br />

exámenes, ya hacía calor, bastante calor, lo suficiente para sacarnos la camisa y asolearnos<br />

en el pasto o la arena. Las miramos y comenzamos a coquetearles, y a azuzar al<br />

Maximiliano para que se hueveara al salchicha, que era bien bonito, de color caramelo.<br />

Cuando la Vanessa dijo «Pe-Efe, ¡venga!, ¡venga!», estallamos de la risa, por lo ridículo<br />

del nombre. Así nos hicimos amigos; costaba creer que las dos tuvieran solo veintiuno y<br />

veintidós, respectivamente, y que desperdiciaran su vida aceptando las órdenes de los<br />

demás. Eran relativamente bonitas y hablarles no era algo de lo cual avergonzarse, o sea,<br />

tenían todos los dientes y eran, lejos, bastante mejores y más simpáticas y divertidas que<br />

muchas de las chulas que uno ha conocido en esas típicas excursiones a la

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