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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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ese curso, a ese colegio y ese círculo de gente, ocupen mi mente. Ya la han ocupado<br />

demasiado tiempo.<br />

Miro el velocímetro: ciento veinte kilómetros. Pero el Jumbo ya está a la vista; llegamos<br />

antes de que la canción haya terminado.<br />

—Sabía que esta huevada iba a estar repleta —me dice mi padre mientras busca estacionamiento<br />

frente al supermercado—. La gente se ha vuelto loca comprando. Hay rumores de que el jueves<br />

puede pasar cualquier cosa y que hasta puede haber desabastecimiento.<br />

Encontramos un lugar junto a un BMW verde-limón que a mi padre le llena la cara de<br />

derrota.<br />

—Vamos. No tenemos tanto tiempo. Aún tengo que arreglarme. Tu madre citó a la gente tipo<br />

nueve.<br />

Así que ingresamos y agarro un carro. Él hace la vista gorda y el que termina empujándolo<br />

soy yo.<br />

El galpón —es lo que el supermercado verdadera-<br />

mente es— está repleto y hay una banda de rotarios, un grupo de viejos empaquetados en<br />

tenidas verde y blanco, que toca música tipo Ray Coniff, aunque por ahí se les cuela alguna<br />

adaptación de lo mejor de Fiebre de sábado por la noche, en versión supermercado, claro.<br />

Lo grave del caso es que mi padre, a pesar de esas botas vaqueras por las que el Rusty no<br />

titubearía en asesinar a alguien, engancha con la banda y comienza a silbar, en la más<br />

patética, una variación soft de More than a Woman.<br />

—Esteban, hombre, qué sorpresa. Qué gusto más<br />

grande.<br />

Nos damos la vuelta y la cara de mi padre entra en un estado madrugada-post-farra que no<br />

lo favorece. —Eynard, ¿tú por acá? Pensé que estarías en Talca. Mi padre le da la mano con<br />

un entusiasmo más falso que las sonrisas de las promotoras que nos ofrecen ravioles y<br />

galletas con pasta de marisco. Debe ser el famoso Eynard Enger. No es que sea tan famoso,<br />

pero hubo un tiempo en que mi padre lo nombraba y hablaba de sus paltas, chirimoyas y<br />

nueces quillotanas con una veneración casi ideológica. De ahí la fama.<br />

El tal Eynard es mayor de lo que pensaba, pero mejor de lo imaginado. Tiene el pelo corto<br />

y canosísimo y anda con una chaqueta de paño verde que le da un toque alpino. A su lado,<br />

en el más completo de los silencios, está una mujer baja, notoriamente teñida, que debe<br />

tener unos cincuenta pero parece su nieta. Y no porque se vea joven: tiene algo infantil,

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