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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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Camino porque caminando así, cuadras y cuadras y cuadras, como lo hace Holden por<br />

Nueva York, quizás pueda ordenar mi mente. Frente al Bowling hay otro teléfono pero el<br />

Paz tampoco responde. Así que prosigo. Me duelen un poco los pies: he caminado<br />

demasiado. Desde Tabancura a El Faro y de ahí hasta aquí. Pero sigo caminando.<br />

Quizás debí haber entrado a clases. Quizás no debería volver a la casa. Quizás podría ir a<br />

esperar a la Antonia a la salida. Quizás podría irme a Rio, en un camión. Quizás me podría<br />

exiliar.<br />

Paso junto a la Escuela Militar; los cadetes ensayan una marcha mientras los soldados<br />

rasos, firmes con sus metralletas, custodian el lugar. Prefiero no mirarlos y me pierdo bajo<br />

el inmenso puente que cruza Vespucio por encima. El lugar parece un campo de batalla:<br />

están pavimentando y hay camiones y montones de tierra y fierros y muros de madera<br />

llenos de afiches, a favor del SÍ, que protegen las excavaciones del Metro. La estación<br />

terminal aún no está del todo lista.<br />

Más allá del caos, el barrio residencial parece into-cado y las empleadas domésticas riegan<br />

los pastos sin enterarse de los tambores que marcan el ritmo de la marcha ni del ruido<br />

histérico de las perforadoras en la calle. Un poco más allá está el Cerro Navidad,<br />

posiblemente el cerro más chico de todo Santiago y, de todas maneras, la plazoleta más rara<br />

del mundo. A pesar de que da a Apoquindo, el cerrito, que no debe tener más de dos pisos<br />

de alto, la protege del ruido; la parte trasera de la plaza es la médula de todo el lugar:<br />

desembocan ahí callejuelas minúsculas y hay una inmensa casa patronal del<br />

siglo pasado, que es un sanatorio para niños tuberculosos. A veces se asoman y miran a los<br />

pendejos sanos, que vienen aquí a jugar o a saltar con sus pelotas saltarinas, ésas que antes<br />

estaban tan de moda. La plaza es súper verde: con cientos de árboles grandes, incluso<br />

algunas palmeras; también tiene lomitas y trampas de arena, un sitio verdaderamente<br />

increíble, porque siempre hay perros divertidos —San Bernardos, afganos, esquimales—<br />

que no ladran ni molestan a la gente.<br />

A esta hora la plaza está absolutamente vacía y el sol primaveral lucha firme con la leve<br />

capa de smog que ya ha logrado infiltrarse en este sector de la ciudad. Me siento en un<br />

escaño, dejo los cuadernos a un lado y me quito los zapatos y los calcetines. Camino unos

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