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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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343<br />

—Don Iván, por Dios. —No me deja entrar —dije. —Es mi nieto, no sea tonto. —<br />

Disculpe, don Iván. Le traigo algo. —Llévame a esa silla. Y tráeme agua. Era el famoso<br />

Club de la Unión. Nunca había entrado allí. Solo había escuchado que era súper elegante, y<br />

aburrido, y que solo permitían la entrada a los hombres. Mi abuelo se instaló en una feroz<br />

silla de terciopelo rojo; el portero llamó a un mozo de blanco, que se notaba tenía sus años:<br />

—Poblete, tráete agua y unos paños. Y limones. Yo me senté en cualquier parte y me limpié los<br />

ojos llorosos. El silencio era increíble y molesto. Cerca mío, bajo un gobelino eterno y desteñido,<br />

unos viejos muy reviejos tomaban té con una calma y un aburrimiento que revelaban con creces<br />

que no tenían la más puta idea de lo que estaba pasando afuera. —¿Estás bien? —Sí. ¿Y usted?<br />

—Mejor. Gracias. Mucho mejor. —Esto es como ese club que aparece en La vuelta al mundo en<br />

ochenta días. ¿Se acuerda? Usted nos llevó a verla.<br />

—Sí, ¿no? Tienes razón.<br />

El mozo apareció con una bandeja de plata y el Tata tomó un poco de agua, se sonó y hasta<br />

masticó una torreja de limón.<br />

—Gracias, Poblete. Te presento a Matías, mi nieto.<br />

—Encantado, joven.<br />

—Y ya que estás acá, consíguete una corbata para<br />

él y tráenos el té. Lo típico. Y una San Guillermo para cada uno. Matías, ¿quieres algo<br />

especial?<br />

—Café no más —le dije, dándome cuenta de que no iba a poder arrancarme así como así.<br />

El tal Poblete se alejó y el Tata, ya más recuperado, siguió hablando:<br />

—Esta no es la primera vez que el Club me salva —me dijo—. Durante la época de Allende, varias<br />

veces llegué en este mismo estado. Claro que entonces era más joven. A tu padre creo que le pasó<br />

lo mismo.<br />

Mi padre también es socio del Club, como lo era mi abuelo Vicuña y lo es —supongo— mi<br />

tío embajador.

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