Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio
Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio
Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
no alcanzaron siquiera a tomarle la patente. Para desquitarse, empezaron a interrogarnos en<br />
la más dura y demente sobre quiénes éramos y qué hacíamos y quién era el culeado del auto<br />
que se escapó. Luego les dio con eso de la desobediencia civil, y de la hora que era, y que<br />
el enemigo estaba en todas partes. Por fin, uno que dejó de jodernos y de creerse el<br />
discurso, decidió llamar por radio a la comisaría y solicitar una patrulla para llevarnos<br />
arrestados a todos. Después nos hicieron alinearnos (éramos unos catorce), y cada uno tuvo<br />
que mostrar su carnet; mientras uno nos miraba la cédula, el otro nos apuntaba con la Uzi.<br />
El Nacho estaba como a seis tipos de mí cuando le tocó el turno. Pero en vez de mostrar su<br />
carnet, mostró la TIFA que no tan solo probaba sus vínculos con el gobierno: además lo<br />
ligaba, irremediablemente, al concha de su madre de su viejo que, por primera vez en su<br />
vida, le sirvió de algo. Mejor dicho, nos sirvió a todos, porque el paco se urgió y el Nacho<br />
agarró seguridad. Y con voz fume, embarazosamente patronal, aprovechándose en la más<br />
certera de todas esas palabras de milico que aprendió en Valparaíso, encaró a los pacos, les<br />
hizo sentir quién era su padre y hasta los amenazó diciéndo-les que el toque de queda<br />
comenzaba oficialmente en quince minutos más. Que en vez de perder el tiempo<br />
molestando a un grupo de jóvenes que solo pretendía colgar unos cuantos afiches a favor<br />
del SÍ, deberían estar vigilando el barrio. Costaba creer al Nacho en esa; parada, pero<br />
supongo que el lado militar se le mete a' uno en la sangre, lo quiera o no. Para mi sorpresa,<br />
el paco reaccionó en buena y nos dejó ir a todos y hasta le pidió disculpas al Nacho,<br />
arguyendo que en estos tiempos ninguna precaución está de más.<br />
Lo dudo. En todo caso, la policía hizo que todos los detenidos desaparecieran en breve.<br />
Faltaban minutos, segundos, para el toque, y todo el mundo partió sin pensarlo dos veces.<br />
El paco más sumiso le ofreció al Nacho escoltarnos: él mismo reconoció que las patrullas<br />
militares andaban a veces tan asustadas o saltonas que no habían sido pocas las ocasiones<br />
en que, de puro atarantados, habían disparado a cualquier auto que anduviera circulando<br />
pasada la hora «D».<br />
A mí no me pareció muy bien esto de asociarnos con el poder, aunque fuera por un rato,<br />
pero capté que no había muchas alternativas, hice partir el auto y seguí bastante de cerca a<br />
la patrullera que, con la luz de la sirena encendida, nos escoltó por calles y avenidas<br />
absolutamente vacías rumbo a la casa de la hermana del Nacho. Las radios ya no<br />
transmitían pero, no sé por qué, no quise apagarla y la chicharra de las ondas perdidas nos<br />
acompañó durante todo el trayecto. El Nacho estaba medio wired por la coca y hasta diría<br />
que excitado con esto de sentir en carne propia el poder de su autoridad. Ésa era su<br />
contradicción: podía odiar a su padre pero no por eso se sentía menos orgulloso de ser su<br />
hijo. Había vencido al sistema porque era parte de él. Tan simple como eso. Y eso lo hacía<br />
sentirse miembro de los elegidos, de esa nueva aristocracia que a mí, cada día, me parecía<br />
tan pendeja como sobrevalorada. Tenía ganas de darle mi opinión, de encararlo y lanzarle<br />
mi ataque, pero no venía al caso, porque ya me había peleado suficiente por una noche y<br />
cuando uno anda drogado mejor dejar las cosas como están.<br />
Finalmente llegamos a la casa de la hermana y pestañeé las luces altas para anunciarles a<br />
los pacos que hasta aquí no más llegábamos. De pronto me di cuenta de que yo seguía,<br />
continuaba camino. «Te vas para tu casa, ¿no?», me preguntó el Nacho bajándose; «yo les<br />
digo que te acompañen. Cero problema. Para eso están». No había mucho que decir. Lo vi<br />
acercarse a los pacos para despedirse y —supuse— hablarles de mí. «Todo listo. Te van a ir