Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio
Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio
Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
onda perdieron a su líder y el puesto se repartió entre varios. Digamos que se dejó de lado<br />
el autoritarismo social y se optó por una manipulación un poco más democrática y<br />
civilizada. Esto el Chico lo olfateó de inmediato y, ni huevón, lo aprovechó para mejorar su<br />
imagen. Ahora huevea de lo lindo en otro Fiat 147 negro-con-naranja (obsesión familiar)<br />
que su viejo le consiguió en la compra-venta corrupta. Con él pensaba correr ahora por la<br />
Kennedy, como un pandillero de Grease, pero todo cagó.<br />
Habíamos seguido a Cox y su gente por Manque-hue, rumbo al paso sobrenivel donde<br />
aguardaban el Chico, el Fiat 147 y sus aspirantes a discípulos. Cuando llegamos a la<br />
Kennedy, había ya un grupito reunido, todos amontonados en una suerte de pit stop, al lado<br />
de ese parquecillo que hay por el sector. El Chico andaba con una de esas camisas Mario<br />
Ramírez que son como de jean desteñido, verde oliva, onda safari. El Nacho, que tiene<br />
buena memoria pero que, por sobre todo, es un gran y certero chismoso, me dijo que la<br />
camisa no era suya sino del Óscar, que él la usaba siempre y que el Chico debía andar en<br />
una onda muy rara y muy fetichista, porque no solo estaba imitando en la más patética a su<br />
hermano; además había comenzado a ponerse su ropa.<br />
La atmósfera estaba enrarecida. El Chico estaba francamente enojado con los huevones<br />
apernados del oan Gabriel, quienes estaban a su vez enfrascados (en sus típicas parkas<br />
infladas imitación Nevada) en un diálogo acerca de un huevón tan ágil que era capaz de<br />
chu-Parse su propio pico. Cuando llegamos, como que nadie estaba seguro de cuál era la<br />
verdadera razón de la pelea, pero ya a esas alturas daba lo mismo, porque lo importante era<br />
ahora la carrera. El Chico, sin quererlo, estaba representando a nuestro colegio, y tenía que<br />
atinar bien, porque era su única chance de sobresalir por sí mismo y aprovechar de humillar<br />
a todos esos imbéciles que de verdad son apestosos.<br />
En la Kennedy, esperando a Cox y sus amigos, había otros autos, claro. La noticia había<br />
corrido rápido y estaban incluso el loco del Lerner y otros huevones del curso, salvo<br />
McClure y la Antonia, que no dieron señales de vida. Cox se hizo cargo de todo y estipuló<br />
las reglas: hasta la rotonda de Vespucio, dan la vuelta y la meta es el paso sobrenivel. Los<br />
demás estaríamos mirando desde arriba; una mina que nadie sabe de dónde salió, y que<br />
andaba con unos pantalones de cuero demasiado apretados, sería la encargada de dejar caer<br />
una botella de pisco para darles la partida.<br />
Pero aunque uno propone, Dios dispone. Y Pino-chet, por desgracia, no está del todo de<br />
acuerdo con esto de que la gente joven ande en la calle hasta tan tarde. Quizás por habernos<br />
pasado tantos días en Rio haciendo lo que nos daba la puta gana, nos habíamos olvidado de<br />
las reglas básicas. Y el toque de queda es la principal.<br />
Justo cuando el Chico se había subido a su auto y calentaba el motor, apareció una<br />
patrullera con dos pacos y unas feroces metralletas colgando de sus hombros. Obviamente,<br />
hasta ahí no más llegamos, porque los huevones se bajaron rajados, creyendo que éramos<br />
terroristas o algo peor, gritando «¡documentos!, ¡docu-men-tos!». Este escandalillo asustó<br />
al Chico y el muy huevón apretó el acelerador a fondo, salió cascando, dando forros,<br />
dejándolo todo lleno de humo. Eso apestó a los pacos y los puso aun más de mala, porque