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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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siquiera nos dan las gracias», opinaba. Pero yo creo que no era una cuestión ideológica sino<br />

de envidia: de la envidia que siente por ese BMW azul-cobalto que se trajo el tío Sandro.<br />

—¿Y cómo está la Judith? —le pregunta mi hermana Francisca a la tía Loreto mientras unta otro<br />

camarón con esa salsa golf que preparó la Carmen.<br />

—Atroz. No viene nunca a Santiago y anda con una melena que le llega hasta aquí. Ahora le dio<br />

por practicar el surf. Después de estudiar quiere partir de vuelta a California.<br />

Me acuerdo del Papelucho. Debería conocer a la Judith. Serían tal para cual. Por lo general,<br />

la estupidez y los pelambres de la tía Loreto me entretienen. Pero mirándola bien, a la luz<br />

del sol que entra cruel y calurosa por los ventanales, rebotando en la ensaladera y los<br />

cubiertos de plata, se ve más vieja. Ajada, incluso. No está perfectamente maquillada y ya<br />

no luce su característico bronceado andino. No se ve sexy. Anda sin escote, debajo de la<br />

falda tiene un rollo de grasa y sus brazos pecosos parecen más blandos. Un año atrás no<br />

podía sentarme cerca de ella sin calentarme. Y no porque fuera fabulosa: más bien porque<br />

lo provocaba. Ya no. Algo la ha abollado. Pero no es el divorcio. Eso fue hace tiempo. Es<br />

otra cosa.<br />

Para mis padres el caso Sandro Giulianni-Loreto Cohn no es un asunto fácil de manejar. Él<br />

es socio de mi padre y la tía Loreto es íntima de mi madre. Así que o viene uno o viene el<br />

otro, porque ambos no se toleran. Una vez se toparon y el escándalo fue grande. Para nunca<br />

más. La tía Loreto no le habló a mi madre en meses. Su tesis tenía cierta lógica: no podía<br />

ser amiga de alguien que era, a su vez, amiga de un ser que ella detestaba. Según la tía, eso<br />

indicaba no solo hipocresía sino falta de carácter. «No me interesa juntarme con alguien<br />

que se entretiene y confía en un tipo'de la calaña de Sandro», le dijo a la entrada del<br />

ascensor justo antes de abandonar, hecha una furia, el cumpleaños de mi padre. La tía<br />

Loreto había llegado a la fiesta y el tío Sandro estaba con una feroz rubia.<br />

—Bien rica tu ensalada, Rosario —continúa la tía Loreto—. Me tienes que dar la receta, mira que<br />

ahora me ha dado por comer solo verduras y cosas que no engordan. Estuve metida con la<br />

Scarsdale, pero me aburrió. Espero que el plato de fondo no tenga muchas calorías. De un tiempo<br />

a esta parte, te digo, las únicas calorías que tolero son las del vodka. Y el gin.<br />

Ya no se entrega del todo, la tía Loreto. Perdió su antiguo sentido del humor. Ahora se<br />

guarda las cosas, pienso. Antes no hablaba, expulsaba. Era una cosa compulsiva. Siempre<br />

he sido bueno para escuchar a través de las paredes y mi conclusión es que mi madre ya no<br />

es tan amiga suya. Me molesta un resto la relación entre ambas. Mi madre dice apoyarla<br />

porque la entretiene, pero igual la critica bastante. Detesta su forma de vida: eso de ir de<br />

amante en amante, de meterse con quien sea. Y es cierto: la tía Loreto se vende por un trago<br />

en el Red Pub o La Rosa Negra. Vive metida en el Regine's. El tipo que más le ha durado<br />

fue un mendo-cino medio proleta pero pintoso, quince años menor que ella. Usaba chaqueta<br />

de jeans sin polera y se juraba lo máximo. La cancheó todo un verano. Pero por lo general

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