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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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lata, sin ninguna importancia real, lo del compromiso sí vale: que yo (que casi no lo<br />

conozco y por primera vez lo tengo en brazos) he firmado un contrato y que, pase lo que<br />

pase, estoy dispuesto a cumplirlo porque a partir de hoy Felipe va a estar ligado a mí, voy a<br />

ser responsable de él y haré lo posible por rescatarlo antes de que sea demasiado tarde.<br />

Estos pensamientos me ponen medio nervioso y siento que mis brazos tiritan y que el<br />

Felipe, que es tan absolutamente chico y frágil, se tambalea, pero nadie se da cuenta porque<br />

todo esto es interno, me doy cuenta. Y diga lo que diga la Antonia, no soy tan<br />

horrorosamente egocéntrico; si me dan la oportunidad, si me doy la oportunidad, hasta<br />

puedo hacer algo bueno. Así que miro lo que tengo entre mis brazos y la sonrisa sin dientes<br />

del Felipe me embriaga tanto, me hace sentir tan seguro y útil, tan indispensable y correcto,<br />

que todo se detiene por un instante, todo se relaja y me parece perfecto.<br />

Entonces habla el cura. Con ese sonsonete tan especial habla de Cristo como si hablara del<br />

Sebastián o Diego. Lo miro y su cara me sorprende. No es el cura de siempre. Es otro y me<br />

parece irremediablemente atractivo y en paz. Tiene los mismos rasgos del Felipe, un rostro<br />

algo infantil, algo ajeno, algo salvador. No puede tener más de veinticinco, calculo, y la<br />

sola idea de que yo pudiera ser el que está ahí, con ese traje solemne y esas manos tan<br />

cuidadas, me parece entre fascinante y aterrador. Tiene el pelo corto, castaño y lacio, pero<br />

con onda. Tiene pinta de modelo, de alguien que ha jugado polo en Europa, que ha<br />

estudiado en varios de esos colegios cubiertos de hiedra que hay esparcidos<br />

pOr Nueva Inglaterra. Mientras habla y alarga el ritual que le da poder, se deleita en saber<br />

que es el centro de la atracción. Noto cierta perversidad en eso de lucirse pero no<br />

entregarse; pienso que eso de mantener una distancia, de ser inalcanzable, le atrae. Es de<br />

nadie, excepto de Cristo, claro, que es un mito suyo, una idea que se le metió en la cabeza<br />

en alguna fiesta, un refugio perfecto, el mejor amigo, que no molesta ni presiona, el doble<br />

que lo aceptó, que lo dejó vivir una nueva vida, aislado, redimido, ajeno a todo.<br />

Mis hermanas están absortas y la mina que está junto a mí —una prima de mi cuñado—, y<br />

que es ahora la madrina de Felipe, ni siquiera lo sujeta; tan solo mira al cura, a este

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