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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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soda, los garzones barren y colocan las sillas sobre las mesas. Entro a un Delta que está a<br />

punto de cerrar. Ya no venden fichas. Hay puros hombres. El olor a cigarrillo es<br />

insoportable. Miro cómo un tipo joven, con facha de obrero a pesar de las zapatillas Adidas<br />

impecables, juega Pac-Man. Hasta que un viejo de abrigo empieza a mirarme fijo, de<br />

manera obsesiva.<br />

Decido irme. Salgo y sigo caminando, rumbo a la Plaza de Armas. En Agustinas, varias<br />

putas en franca decadencia conversan entre sí y murmuran a mi paso: «¿Estás solo, lolo?».<br />

Esto es grave, se me ocurre: es más que tarde, no puedes volver a casa, no tienes a quién<br />

llamar y en esta calle hay de todo menos algo que te sirva. En la esquina de Huérfanos hay<br />

estacionada una patrulla militar con dos milicos que la custodian.<br />

Miro mi reloj: faltan cuarenta minutos para el toque.<br />

Corro hasta Compañía y hago parar un taxi. En eso veo un inmenso letrero de neón rojo,<br />

empotrado verti-calmente en un edificio: CITY HOTEL.<br />

El taxi se acerca.<br />

—Perdone —le digo—. Siga no más.<br />

Camino diez pasos y entro en una suerte de galería cubierta de vidrio, que separa los dos<br />

edificios que conforman el hotel. No hay nadie.<br />

316<br />

317<br />

Ya en la recepción, toco la campanilla.<br />

Aparece un tipo gordo con pinta de trasnochado pero cara de buena persona. Debe tener<br />

unos cincuenta años.<br />

—¿Diga? —me pregunta extrañado.<br />

Estoy a punto de hablar pero no sé qué decir. Se me ocurre, de pronto, que no es muy

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