Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio
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a dejar. No se te vaya a ocurrir darles propina. Chao. Comunícate».<br />
El Nacho tiene esa capacidad de involucrarme en cosas que no deseo. Como avanzar por la<br />
noche santia-guina, a través de interminables hileras de semáforos en rojo y arboledas<br />
calladas y muy quietas, escoltado por una patrullera de posibles sicópatas. Manejando<br />
así,01 absolutamente solo, por calles que nunca había visto vacías, desiertas como si se<br />
tratara de un bombardeo anunciado, fijándome en las pocas ventanas iluminadas, que me<br />
parecían todas sospechosas, no pude menos que sentirme errado, inútil.<br />
Algo estaba fallando. Este regreso, regreso que siempre supe iba a ocurrir, me estaba<br />
resultando más complejo y menos atractivo de lo que jamás pude imaginar. La gracia de<br />
viajar, pensaba, era justamente volver para recordar lo vivido. Pero ahora era distinto. Era<br />
como si no pudiera estar acá. Había algo de miedo, un ruido ausente, como cuando uno de<br />
estos milicos dispara un arma vacía; algo de asco, de cansancio, una desconfianza que me<br />
estaba haciendo daño, que no me dejaba tranquilo. Pero no era solo eso: era mi familia,<br />
quizás; los amigos, la ausencia de minas, la onda, la falta de onda, la mala onda que lo está<br />
dominando todo de una manera tan sutil que los hace a todos creer que nada puede estar<br />
mejor, sin darse ni cuenta, sin darnos ni cuenta aunque tratemos.<br />
Estaba asustado, intranquilo. Solo quería llegar. No me gustaba la idea de que la patrullera<br />
supiera dónde vivía. Después pensé: igual lo saben, lo saben todo. Como cuando<br />
aterrizamos en Pudahuel y el avión estaba tan lleno que la fila para pasar por Policía<br />
Internacional no avanzaba nada y ese hombre que estaba justo delante mío, chaqueta de<br />
tweed y anteojos y una pinta de intelectual que no se la podía, le mostró su pasaporte al<br />
huevón del computador que apretó unas teclas. Y la pantalla se llenó de datos, y fue justo<br />
en ese instante, cuando estaba abriendo mi bolso de mano, que miré al tipo. El se dio vuelta<br />
y me miró también, como si yo fuera lo único que existía en la tierra, como si fuera su hijo<br />
o su hermano, y fue tremendo e inquietante porque me di cuenta de que tenía miedo pero<br />
estaba feliz a pesar de todo; de alguna manera lo había logrado. En eso la alarma sonó y<br />
unos reclutas con cascos y metralletas lo rodearon y uno me empujó hacia atrás y varios<br />
funcionarios con pinta de tiras le quitaron el bolso, le revisaron el pasaporte y yo solo<br />
miraba, lo observaba todo, queriendo tragar lo que veía, lo que jamás me hubiera<br />
imaginado; y el tipo, me daba pena el tipo, ni siquiera me había dado cuenta de que venía<br />
en el avión, empezó a gritar «déjenme entrar, déjenme entrar, es mi país, tengo todo el<br />
derecho de entrar», pero una bofetada lo hizo callar y entre la sangre que le saltó de la boca<br />
murmuró «está enferma, está enferma», pero ya se lo estaban llevando, desapareció tras una<br />
puerta y yo me quedé mudo, hasta que el traidor de la computadora me gritó que avanzara y<br />
yo le entregué mi pasaporte tiritando y él solo tecleó mi nombre y me fijé en que aparecía<br />
un Vicuña pero no era yo, ni siquiera un pariente, pero ni así pude respirar tranquilo, solo<br />
aceptar resignado el timbre en una de las hojas del pasaporte y la mirada del tipo que me<br />
dijo «eso es todo, pasa no más y mejor que te quedes callado, cabrito».<br />
Despierto tarde pero eso es fácil, lo difícil es no creérmelo, es sacar fuerzas para inventar<br />
algo, ver si vale la pena seguir en cama o saltar y brincar y abrir las mini-persianas, como si<br />
yo fuera ese imbécil del comercial de margarina. Miro el reloj. Falsa alarma: no es tan<br />
tarde. Apenas las diez. Pero hay sol, harto sol, un sol corno el de Rio. Por un segundo creo<br />
que voy a quedarme pegado, así que salgo de la cama (no brinco) y abro al fin las minipersianas<br />
y Santiago se ve bastante raro, todo despejado y claro, y verde y lleno de árboles