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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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Recapitulo:<br />

Estábamos jugando pool con el Patán, el Julián Longhi y el huevón del Papelucho en esos<br />

billares que están cerca del cine Las Condes. Ya era tarde y la fiesta probablemente seguía,<br />

pero nosotros nos apestamos e ingenuamente partimos en busca de algo más. Al Nacho lo<br />

afectaron esos jales, estaba de un extraño sentido del humor y no paraba de hablar de la<br />

costa norte de Hawai, de las olas tubo, de que se quedó sin sex wax, o de que en la Surfer<br />

venía un artículo que hablaba de Chile y decía que era el último paraíso surfístico, a pesar<br />

del agua demasiado fría, y que Punta de Lobos era apenas una caleta de pescadores.<br />

El Papelucho, como ya es típico, estaba aun más apestoso que lo legalmente permitido.<br />

Desde que lo echaron del colegio y se fue al Marshall, y después a su intercambio famoso,<br />

parece como demasiado seguro de si mismo, onda que hace solo lo que quiere, siente cero<br />

culpa, y se cree en el deber de decirle a todo el mundo lo bien que lo pasa, para que uno<br />

esté obligado a admirarlo. O algo peor.<br />

A esas alturas de la noche, la evidente admiración que el Nacho siente por el Papelucho se<br />

había transformado en odio o algo así, porque de repente estaba como de mi lado, como si<br />

el episodio de la coca lo hubiera hecho sentirse culpable. O quizás estaba simplemente<br />

contento de verme, y hasta me sentía mejor a su lado, más cercano, mucho menos agresivo<br />

y enrollado. Pero da lo mismo. La cuestión es que el Papelucho seguía insoportable. Se<br />

agarró con el Nacho cuando lo cachó que estaba wiredy que no se había molestado en<br />

convidarle, mal que mal era él quien lo había iniciado en el vicio. Después se largó en la<br />

típica contra los chilenos, y habló de lo cartuchos que somos todos, tan provincianos y<br />

trancados y prejuiciados, y que nadie se atrevía a dejarse llevar por el momento, que Chile<br />

era lo último, con mayor razón ahora que se creía la California de Sudamérica, lo que daba<br />

aun más pena porque él sabía perfectamente cuáles eran las diferencias, eran tantas que ni<br />

siquiera valía la pena mencionarlas. Yo estaba totalmente de acuerdo con el huevón, pero<br />

me pareció medio desleal apoyarlo, así que ni hablé.<br />

Después de mirar sin interés un par de jugadas exhibicionistas que el propio Papelucho<br />

aseguró haber aprendido en los Manila, al Nacho y a mí nos quedó más que claro que era<br />

hora de partir, cambiar de rumbo.<br />

Primero dimos varias vueltas por Apoquindo y Providencia, y después nos paramos a<br />

comprar dos petacas de pisco en esa botillería de emergencia que está cerca de la Scuola<br />

Italiana. Ahí estábamos, copeteándonos, conversando muy en buena, hablando de cine,<br />

obviando temas más puntudos como Rio, la Cassia, Punta de<br />

Lobos y el Papelucho, cuando nos topamos con Cox, que había dado por finalizada su fiesta<br />

sorpresa y ahora andaba con unos huevones del San Ignacio, en un Galant verde-nilo, con

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