Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio
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No me contesta. Cierra la puerta. Con llave. Si hay un terremoto o un incendio, cago.<br />
Reviso su escritorio pero todo está con llave. En otro de sus delantales encuentro una tira de<br />
Tapal, para el dolor de ovarios —sus ovarios— y un cigarrillo suelto. Pero no fumo ni<br />
tengo ovarios. Así que me siento y enchufo la estufa eléctrica que está en una esquina.<br />
Hojeo la Coqueta.<br />
Circulo por el patio vacío. Convencí a la inspectora para que, ya que me amonestó y todo,<br />
al menos me dejara ir a la biblioteca a esperar allí el recreo. Pero no quiero leer. Odio la<br />
biblioteca. Faltan libros buenos, los censurados por el Comité de Buena Decencia, los archienemigos<br />
de la Flora Montenegro. Voy hasta el quiosco, en una esquina del patio. Está<br />
cerrado; no puedo comprarme una Negrita. Me dedico, entonces, a masticar las vitaminas C<br />
que compré en la farmacia. Miro mis zapatos negros, lustradísimos. Me cuesta creer que<br />
aún me obliguen a usar uniforme: pantalón gris, blazer azul-marino Peval, corbata de seda<br />
para que no nos confundan con los liceanos, que ahora también usan corbatas de color.<br />
Suerte que tengo mis Ray-Ban para protegerme.<br />
Entro al baño. Mientras meo, leo los graffiti, casi todos referentes a las profesoras (mi<br />
profesora jefe, con sus típicos pantalones de pana, gana lejos) y a lo maraco que es el<br />
Carlitos Miller y a lo puta que es —o fue— la Ximena Santander.<br />
Este insulto gratuito a la Ximena, anónimo como todos los insultos y rumores, me molesta<br />
particularmente. Tenía, me acuerdo, una melena a lo Farrah Faw-cett, pero en versión<br />
azabache. Ya no está en el colegio, lo que es una pena porque la tipa era —es— realmente<br />
buena onda, no se dejaba atrapar por nadie y siempre hacía lo que deseaba. A pesar de que<br />
era mayor que yo, hablaba conmigo, violando esa ley que excluye a toda mujer de entablar<br />
relaciones con alguien de un curso menor. Yo estaba en primero medio y ella, con su<br />
jumper siempre ajustado y cortísimo, cursaba por segunda vez el tercero.<br />
La Ximena era total. Increíble. Me enorgullecía ser su amigo. Me sentía su discípulo. No<br />
era que hiciéramos cosas juntos o habláramos por teléfono. Era una amistad de colegio. Y