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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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pieza —el cable ya lo arreglaron— y estuve llamando gente y colgando por espacio de<br />

veinte minutos, supongo. Primero llamé al Paz, al número que anotó en el libro de Salinger,<br />

pero nadie contestó. Y el teléfono del Juancho's sonaba ocupado y ocupado y ocupado.<br />

Entonces extraje de mi billetera fucsia fosforescente mi libreta de teléfonos minúscula y<br />

eché una<br />

296<br />

297<br />

ojeada a los nombres de las personas que conozco. Me di cuenta de que no deseaba hablar<br />

con nadie. Pero como estaba muy aburrido, solo e incomunicado, decidí jugar un poco. Así<br />

que llamé al Guatón Troncoso. Me atendió la vieja.<br />

—Nazi de mierda, te tengo localizada.<br />

Y colgué.<br />

Después quise llamar a la Miriam pero no tenía su número. No lo había ingresado. En ese<br />

momento caché que no tenía los números de las personas que mejor conozco. Por ejemplo,<br />

la Antonia y el Nacho y la Luisa y el Lerner. Incluso Cox. No estaban. Y no tenían por qué<br />

estar, porque me sabía los teléfonos de memoria. Aún recordaba el número de los viejos del<br />

Nacho. Así que lo marqué y, en efecto, me atendió su padre. Colgué. Después llamé a la<br />

Luisa. Atendió ella. Colgué. Al Lerner también.<br />

Mi memoria, a pesar de esos dos Valium, estaba intacta. Y hasta me acordé de una mina<br />

amiga de mi hermana Pilar que siempre venía para acá y tenía una libreta de cuero llena de<br />

números telefónicos sin ningún nombre. «Si no me acuerdo de a quién pertenece cada uno,<br />

significa que realmente no me importa; y por eso mismo no tendría motivo alguno para<br />

llamarlo», nos dijo una vez a la hora del té. Mi madre, por cierto, la tildó de loca. Después<br />

desapareció de escena. Nunca más volvió a llamar a la Pilar.<br />

—Matías, qué haces ahí. Ven, ven a saludar.<br />

Mi madre me agarra del brazo y me adentra en las

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