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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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pestañear, lo que por cierto no conduce a nada, por lo que McClure descarta toda<br />

posibilidad de entablar un<br />

diálogo conmigo.<br />

La Luisa cruza una puerta y desaparece; el living está lleno, lo mismo que el comedor y el<br />

estudio, un poco más allá. Pero es como si no hubiera nadie, la verdad. Nadie que valga la<br />

pena. Salvo yo, claro. Y la Antonia que, a pesar de lo imposible que me resulta, igual<br />

acapara mi atención, lo confieso.<br />

Decido mirarla fijo. Mirarla a los ojos, como me lo enseñó mi madre. Ella no responde, no<br />

acusa recibo, pero me consta que se sabe observada. Me impresiona su fuerza de voluntad.<br />

No es que crea que me ama o alguna ingenuidad por el estilo; más bien me sorprende eso<br />

de que haya logrado sacarme, así de raíz, de su sistema. Dicho y hecho. No es que haya<br />

sido importante para ella alguna vez. Lo dudo. Aunque igual sueño que lo fui. Uno tiene<br />

esa prerrogativa: creer que porque uno sintió algo, ese algo de alguna manera logró colarse<br />

y depositarse en el sistema digestivo del otro. Por ejemplo, se me ocurre —estoy seguro—<br />

que cada vez que ella come pan con palta se acuerda de mí. Quizás no sea verdad. Quizás<br />

sí. Nunca lo voy a saber. Incluso si ella me lo jurara, igual puede ser un invento, una<br />

mentira. Uno nunca está del todo seguro. La seguridad surge tan solo de lo que uno cree,<br />

creo. Y yo creo, yo siento, estoy seguro de que eso de no acusar recibo, de no mirarme, de<br />

hacerse la indiferente, es la señal más irrefutable de que aún le importo. O, por lo menos, de<br />

que me odia pero que, alguna vez, en alguna época pasada cuando todo era mucho pero<br />

mucho más fácil, ella me tuvo en cuenta.<br />

El pasado, creo, es mucho más difícil de ocultar que el presente. Por eso todos en el living<br />

en tonos pasteles de la Rosita Barros pueden poner sus manos al fuego de la chimenea y<br />

asegurar: «Sí, es cierto, es evidente, entre ellos dos hubo, y quizás todavía hay, algo». En<br />

veinte años más, pienso, cuando ella esté casada con el McClure o alguien parecido y<br />

averigüe, por casualidad, sobre mi paradero, mi vida y mis probables fracasos, estoy<br />

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