Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

Idea de mi madre. Ella me la compró y ella me obligó
a ponérmela. Frente a mí, al otro lado del living, está
mi padre. Recuperado, por cierto. Aún tiene el pelo hú
medo; también anda con una chaqueta de tweed, pero
la suya es café. Está jugando al barman, rodeado de los
tragos que compramos en esa botillería de El Bosque,
con Apoquindo. Dejamos el Jumbo en cosa de segunji
dos y ninguno de los dos se atrevió a comentar el especl
táculo. Ahora todo es como si nada hubiera pasado y él
después de la ducha, su afeitado y su Azzaro, está per
fecto, coqueteando con la tía María Teresa Ezquerra, ai
quien le sirve un Tanqueray con ginger-ale, más una ro-f
daja casi transparente de limón. '•
No tengo muy claro qué estoy haciendo aquí, pero mi madre entró a mi pieza y me
preguntó si iba a salir. Lo pensé un instante y, la verdad, no se me ocurrió a dónde podía ir.
Le respondí que no, que me iba a quedar en casa.
—Entonces, ponte esa chaqueta de tweed que nunca usas —me dijo—. Si te quedas, por lo menos
tienes que saludar. No soporto ir a esas casas donde los hijos se encierran en las piezas. Me parece
atroz de mal educado. La Bea se fue a alojar donde la Camila. Y la Francisca va a llegar tarde
porque está estudiando no sé dónde. Si te quedas, encantada. Pero saludas. Y te pones esa
chaqueta.
La fiesta no es tal. Es una reunión. O una comida, no me queda claro. No está muy
entretenida pero todos lo están pasando bien, veo.
Nadie me ve. Si de mí dependiera, no saludaría a ninguno de los presentes pero ya estoy
aquí, apoyado en el muro, observando de lejos como la Carmen, con su uniforme de gala,
sin sus anteojos de costumbre, sirve ciruelas envueltas en tocino.
Debería volver a mi pieza, pienso. Después de que regresamos, me encerré allí hasta que mi
madre entró a decirme lo de la chaqueta. Eso fue hace una hora. Me llevé el teléfono a la