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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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—Como si tú fueras mucho —me acuerdo perfectamente que me respondió ella, sin siquiera<br />

desviar los ojos del auto del Lerner, que iba más adelante.<br />

Absorto, la fui a dejar y no le hablé en varias semanas. Después manejé hasta la esquina de<br />

su calle y ahí me puse a llorar. Un poco, pero me puse a llorar. De ahí me fui a la casa del<br />

Julián Longhi, donde habíamos quedado de juntarnos todos los del curso. Allí me topé con<br />

el Nacho, que se fijó en mis ojos y me preguntó si estaba muy mal. «No», mentí, «solo con<br />

pena. No tanto por el Óscar, sino por mí. Mientras lo metían en el nicho pensé que si yo<br />

hubiera sido el muerto, probablemente nadie hubiera asistido. Es una estupidez, pero<br />

me afectó». El Nacho sonrió con aire de complicidad: me dijo que había pensado<br />

exactamente lo mismo. Después nos juntamos todos en el living, alrededor de la chimenea,<br />

y la mamá del Julián trajo queques y ku-chen y café, y alguien puso un cassette de Simón y<br />

Gar-funkel, y me acuerdo que esa tarde se dio una onda muy relajada, triste pero cálida,<br />

como que todos nos unimos y ahí me di cuenta de que la ausencia de la Antonia no se<br />

notaba, que nadie la echaba de menos, que sencillamente su presencia no venía al caso.<br />

Entonces me levanté, sin llamar la atención, y me fui al baño a llorar lo que aún tenía<br />

dentro, porque si hay algo que no soporto es ver a un tipo llorar en público.<br />

—Quizás tengas razón, Antonia. Yo qué sé. Quizás no se deba apostar por nadie.<br />

—¿Viste, tonto?<br />

—No me trates de tonto, ¿quieres?<br />

Volteé mi bicicleta a la posición normal. Ella me miró y estuvo a punto de esbozar una<br />

sonrisa. Me alegró de que no lo hiciera.<br />

—¿Vamos? —le dije—. Me dio frío.<br />

Eso fue hace una hora. O unos cuarenta minutos.<br />

Pero da lo mismo, realmente da lo mismo. No tiene ni la más mínima de las importancias.<br />

En serio.<br />

Esta sensación la conoces bien. Te ha acompañado tantos años como los que tienes, ¿no?<br />

Siempre está ahí, nunca desaparece del todo, busca el momento preciso para reaparecer y<br />

hacerte recordar que sí, que es verdad, que no eres igual al resto. Eres peor. Aunque, si<br />

hicieran una encuesta, probablemente el resultado sería el contrario. Tú mismo dirías que<br />

estás sobre la media, la Flora Montenegro y la Luisa siempre te lo recalcan, pero quizás sea<br />

ése, justamente, el problema. Eres peor, pero nadie lo sabe: ése es tu secreto. Es una<br />

cuestión de desigualdad, de no saber amoldarse, de ser distinto, nada más. ¿Quién sabe?<br />

Pero da lo mismo: igual duele, igual incomoda, igual te aleja de todos, igual alejas a todos.

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