Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio
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—¿No es difícil, entonces?<br />
—Te va a encantar.<br />
El vodka-tónica llega a su fin. Aún no piensa en amanecer, aunque aquí no hay ventanas<br />
para darse cuenta. Huelo mis manos: olor a mina. A mina mojada y caliente. A pito, a<br />
Néctar Watts, a sudor.<br />
Dejo el bar, miro al Chalo y me escondo en un sofá de cuero empotrado tras un poste. Dos<br />
tipos muy aburridos bailan y ensayan pasos al son de un negro que canta algo inentendible.<br />
Cierro los ojos pero no puedo dormir.<br />
Después del Bowling me vine al Juancho's. Ya estaba lleno y el gran Alejandro Paz de<br />
Chile me tenía un recado del Nacho, que ya había pasado por aquí y me invitaba a la casa<br />
de un tal Rusty, a quien no conozco. Rápidamente empecé a tomar vodka-tónicas. Al<br />
tercero ya estaba ido, dispuesto a cualquier cosa, casi en buena, desechando a la huevona de<br />
la Antonia. Dejé de hablar con el Paz sobre el hermano alcohólico de Jimmy Cárter y su<br />
romance con Margaux Hemingway y me dediqué a mirar, así en la penumbra, casi en el<br />
anonimato, a los que bailaban en la pista. Ahí estaba la Miriam. O «Vasheta». La vi de<br />
inmediato y me quise esconder. Ella dejó de bailar con un tipo de anteojos y se acercó a mí.<br />
Bailamos unos diez temas. Lo suficiente para que mi camisa quedara empapada. Después<br />
nos fuimos y hacía tanto frío que preferí no hablar, porque salía demasiado vapor de mi<br />
boca. Nos fuimos a su casa, cada uno en su auto. Casi la choco, porque la seguía demasiado<br />
cerca y hasta me pasé una luz roja en plena<br />
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Providencia con tal de no perderle el rastro.<br />
La casa estaba medio escondida entre los árboles, creo, estaba en una calle que da a Ricardo<br />
Lyon. Era una casa vieja, pero inmensa, como para una embajada o un instituto de<br />
computación.<br />
—¿Y tus viejos, a qué hora regresan?<br />
—Están en Tel Aviv. Estoy sola.<br />
—¿Qué hacen en Tel Aviv?<br />
—Abuelos. Parientes. La típica peregrinación