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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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Me cuesta creer lo que veo. La Pochi se echa a correr con sus tacones altos, que le crean<br />

problemas, arrastrando la cartera como si fuera un perro que se niega a salir a dar un paseo.<br />

—Esa mujer está borracha —me dice la de los Martini—. Se lo ha tomado todo. Ésta es la quinta<br />

vez que viene en diez minutos.<br />

Miro hacia adelante pero la Pochi ya no está. Empujo el carro con todas mis fuerzas y<br />

termino corriendo por el pasillo mientras, por los parlantes, la banda toca a todo lo que da<br />

una salsa o cumbia que me altera aun más. Llego adonde están las cajeras pero no veo a la<br />

Pochi. Un montón de gente apiñada frente a los dulces y mermeladas confirma mi<br />

sospecha: la Pochi está dando un espectáculo público.<br />

Avanzo lento, para no delatar mi conexión con ella, pero hay tanta gente murmurando y la<br />

música suena tan fuerte que debo dejar el carro a un lado e integrarme a la muchedumbre a<br />

empellones. Y ahí está: sobre una tarima verde con un lienzo que dice «Felices Fiestas<br />

Patrias les desea Hipermercado Jumbo». La banda toca ahora esa canción del limbo y la<br />

Pochi, ante mis ojos y los de los demás, se larga a bailar, a mover las caderas y los hombros<br />

en perfecta sincronía. Pero eso no es todo: está bailando con un tipo disfrazado de elefante.<br />

El tipo, me doy cuenta, no sabe qué hacer y, al parecer, no ve mucho debajo de toda esa<br />

goma gris y de una trompa feroz que le cuelga hasta el ombligo.<br />

La gente, sorprendida, comienza a dar palmas y a alentar a la Pochi que, sin temor alguno,<br />

suelta su abrigo, lanza su cartera a un rincón y empieza a coquetear<br />

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en forma descarada con el elefante, el que trata sin éxito de seguirle el ritmo. Pero la Pochi<br />

quiere más: zapatea el piso, se levanta la falda para mostrar su enagua. Sin previo aviso, en<br />

medio de una carcajada caótica, abraza al elefante, se hunde en la goma y enrolla la trompa<br />

alrededor de su cuello. La gente, obviamente, deja de palmear y la música cesa. Y se<br />

produce el silencio que temía. La promotora se presenta con el gerente del lugar, el elefante<br />

intenta separarse de la Pochi, que no quiere dejarlo ir.<br />

Mi padre aparece por detrás y me agarra el hombro<br />

con firmeza:<br />

—Matías, nos vamos.<br />

Ando de chaqueta, una chaqueta de tweed gris.

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