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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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El huevón sabe por dónde atacar. Donde más duele. Cómo provocar culpa. Pero ni siquiera<br />

sabe todo el cuento. Si supiera que me tiré a la Maite en el Brasilia de la Rosita Barros, el<br />

que estaba en ese estacionamiento subterráneo que hay detrás de los Multicines, me mata.<br />

Revienta. El cree que solo fue un atraque. Errado está. Ahora que... ni siquiera yo sé cómo<br />

pasó todo; en realidad me da lo mismo, pero tengo que reconocer<br />

que hice lo posible por agarrármela, porque la cuestión de la competencia fue superior a mí,<br />

algo demasiado exquisito y seductor como para atinar o jugar derecho. El propio Nacho fue<br />

el que inició lo de la competencia, creyendo que podía ganarme o sacarme celos o alguna<br />

pendejada así. Ese fue su error. Hay que competir solo si uno está muy, pero muy seguro de<br />

ganar. Lo más triste del caso, lo que me hace sentir peor, es que a la Maite en realidad le<br />

gustaba el Nacho. Y jamás pensé que la huevona fuera virgen, con todas esas historias que<br />

tenía acumuladas. Todo fue un error, una calentura típica, ella estaba enferma de volada y<br />

yo enganché en breve. Pero igual le gustaba el Nacho. Claro que lo encontraba un poco<br />

perno, demasiado tierno aún. Después que acabé en su polera, la muy perra me pidió que<br />

por favor no se lo dijera al Nacho. No quería que él se decepcionara. Prefería atinar<br />

conmigo y pololear con él, me dijo sin culpa.<br />

Ahora está en otra; en Rio anduvo con el Patán y con uno de los brasileños amigos de la<br />

Cassia. El Julián Longhi, a pesar de su acné, también se la ha comido. Eso al Nacho lo<br />

enfurece: siente que todos han agarrado menos él. Yo igual creo que todavía le mueve las<br />

hormonas a la Maite. Pero él no la aguanta. La odia. En realidad, me cuesta creer cómo es<br />

que aún me tolera. Las dependencias, supongo, son vicios difíciles de quebrar. Siguen y<br />

siguen y aunque sean malas y lateras, la sola idea de vivir sin ellas, de quedarse solo y en<br />

medio de un vacío, es demasiado fuerte como para optar por lo sano y mandarlo todo a la<br />

cresta. Por eso el Nacho me sigue, creo. Y viceversa.<br />

—Siempre te acuerdas de lo malo. Es como si llevaras la cuenta —le digo, algo apestado, mientras<br />

cierro con llave la puerta del baño.<br />

—No pasa nada.<br />

—No creo.<br />

—Puede ser. Lo que pasa es que lo malo, las marico-nadas, las traiciones y todo eso, queda<br />

grabado. Carcome lo bueno. Hace más daño. Por eso se te queda. Un buen recuerdo se borra y<br />

cuesta volver a sentir lo que sentiste en ese momento. Cuando uno se ha sentido muy como las<br />

huevas, ese dolor vuelve fácil. Es eso, no más. Tú no lo entiendes porque solo lo pasas bien. Ése es<br />

tu problema.<br />

El Nacho está enfermo, pienso. Mal. Sentado, como está, al borde de la tina, con esa camisa<br />

Palta que nunca se saca, nadie lo diría. La típica pinta de todos los asiduos al Paseo Las

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