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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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llevados a la práctica. Eso es lo raro. Nunca me había pasado algo así con un libro ni una<br />

película, ni siquiera con un disco. O con una persona.<br />

Esto de asumir su identidad tiene su encanto, pienso. Pero también me asusta, porque<br />

largarme a mentir así fue algo incontrolable, compulsivo. Como haber hecho la cimarra. Es<br />

como si Holden Caulfield se hubiera posesionado enteramente de mí. Como en El exorcista:<br />

el diablo se ha apoderado de mi mente. No sé qué me está ocurriendo. Igual puede que<br />

todo esto estuviera ya dentro. Estas ansias e impulsos, esto de querer cortar con todo.<br />

Quizás sea verdad eso de que «los estímulos estimulan», como dice la Luisa, pero en mi<br />

caso es distinto: es más un ejemplo a seguir, un apoyo, un golpecito en la espalda. Es como<br />

un trago. O una línea de coca. Pero igual es peligroso. Igual me asusta.<br />

Otra cabina telefónica: llamo al Paz. Tampoco está. El Juancho's continúa cerrado.<br />

Sigo caminando, paso frente a mansiones llenas de hiedra y embajadas y edificios bastante<br />

parecidos al mío. No hay escolares a esta hora. Siento que la gente<br />

me mira y hasta me pone nervioso una patrulla militar que pasa, pero después me repongo<br />

pensando que los milicos andan más preocupados de los comunistas que de los cimarreros.<br />

Igual es raro esto de andar libre cuando todos están presos. Lo más probable es que mañana<br />

la inspectora me pida un justificativo, aún no se me ocurre qué haré. Pedirles uno a mis<br />

viejos es inconcebible. En especial a mi viejo que, por esas casualidades de la vida, justo<br />

hoy se ofreció a llevarme al colegio. Me bajé del auto y me acerqué a la reja. El auto se<br />

alejó. Divisé al Chico Sobarzo y a la Flavia Montessori, pero cuando vi a la Rosita Barros,<br />

la realidad me superó y supe que no, que no había caso, que simplemente no podía entrar.<br />

Sin medir las consecuencias, caminé media cuadra, vi un taxi, lo hice parar y le dije que por<br />

favor me llevara hacia las canchas de skate-board de Taban-cura con Las Condes.<br />

Cuando casi le pregunté que creía él que ocurría con los patos cuando el lago se congelaba<br />

en invierno, me di cuenta de que estaba en serios problemas y que quizás no debí leer The<br />

Catcher in the Rye después de haber regresado, borracho y deprimido, del horroroso<br />

cumpleaños de la Rosita Barros. Por suerte no abrí la boca; no hubiera sabido cómo<br />

explicarle, ya que el único lago con patos que conozco —laguna, más bien— está en el<br />

Parque O'Higgins y, como bien lo advirtió el concha de su madre del Nacho, en Santiago<br />

no nieva.

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