Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio
Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio
Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
202<br />
203<br />
apagadas y la densa oscuridad es rota, solo de vez en cuando, por los focos de los demás<br />
autobuses, camiones y autos que pasan en dirección contraria. Después de ese control<br />
policial antes de llegar a Peñuelas, me quedé profundamente dormido. Y como me dio frío,<br />
abracé mi bolso Adidas. Pero llevo ya un buen tiempo despierto. Inquieto. Desperté por el<br />
calor. Afuera está helado. Se nota porque los vidrios están empañados. Debemos ir por<br />
Curacaví, pero no estoy seguro. Con la mano le hago una seña al sobrecargo y le digo, muy<br />
bajito, que me traiga una Cachantún, porque la sed me está matando. Me la trae, con pajita<br />
y todo, pero está tibia.<br />
Quizás esto sea un error, pienso. Esto de haberme alejado del grupo sin avisarle a nadie, lo<br />
de simplemente desaparecer sin dejar rastro alguno. Pero estaba apestado, no aguantaba<br />
más y sentí que sería mucho más sincero y honesto de mi parte seguir mis impulsos y<br />
arrancar. Pero arrancar —creo— no es la palabra. Más bien me fui. Me viré, dejé de estar<br />
allí, quise estar solo. Mejor solo que mal acompañado. Así que una vez que sentí que ya no<br />
deseaba estar con todos ellos, me hice a un lado y tomé mi camino.<br />
A partir de ese momento, no hice más que pensar en todos ellos. Llegué a mi departamento,<br />
lo ordené un poco, regué las plantas y lo sentí demasiado vacío, así que lo cerré y tomé una<br />
micro hasta Viña. Caminé y caminé por sus calles sin veraneantes; la ciudad me pareció<br />
más patética y provinciana de lo que jamás había imaginado.<br />
Era tarde y me sentía aburrido. No tenía nada que hacer. En un almacén de 4 ó 5 Norte me<br />
compré una<br />
botella de pisco-sour y me la fui tomando en el camino, hasta que llegué al rodoviario, que<br />
está como en la parte más fea y peligrosa de Viña. Por suerte había pasajes, aunque solo<br />
había un bus. Tuve que esperar diez minutos a la intemperie. Por fin partió. Era el último<br />
bus de la noche a Santiago. Me salvé por un pelo.<br />
Pero uno siempre se salva justito. Si es que se salva, claro. A veces, uno siente que ese<br />
dardo venenoso viene derecho hacia uno y uno ni siquiera se agacha. O la presión aumenta<br />
y aumenta a tal grado que a uno le queda más que claro que el control ya lo perdió; lo<br />
importante, en ese caso, es perderlo con dignidad. Pero cuesta.<br />
Ocurre, por ejemplo, con esto del Nacho. Increíblemente, ya no me toma en cuenta,