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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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sus conquistas no pasan más allá del desayuno.<br />

—Matías, querido, disculpa lo curiosa, pero, ¿eso no es lo que se llama un chupón, el que tienes<br />

en el antebrazo?<br />

Acuso el golpe y me sobresalto. Huevón. Me tapo la marca aludida con la mano y, en la<br />

fracción de un segundo, desenrollo la manga de mi camisa.<br />

—Fue un golpe no más —miento.<br />

Nadie me cree. Probablemente estoy rojo. Urgido. Recuerdo de la Cassia, me doy cuenta.<br />

Pero me callo.<br />

—¿Estás seguro, Matías? —insiste la tía Loreto, que al parecer no estaba tan interesada en los<br />

camarones después de todo—. Muéstramelo más de cerca, mira que yo he visto algunos de éstos<br />

en mi vida.<br />

La Francisca murmura algo a la oreja de la Bea y ésta se ríe.<br />

—No, si es un topón. Choqué con la puerta de un auto. Te juro, tía.<br />

—Mira que hay que tener cuidado con estas cosas —continúa la tía Loreto en la más desubicada<br />

—. Está bien la pasión pero nunca tanto, no sé si me explico. En especial en una mujer. Estas cosas<br />

no desaparecen así como así. Tampoco las mordidas o las clavadas de uñas.<br />

Mi madre no ha hablado pero noto que le incomoda el tema:<br />

—Si Matías dice que no es un chupón, no lo es. Ya basta, Loreto. No lo martirices. Además, él<br />

nunca habla nada de nada. Todo lo oculta. Quién sabe dónde se hizo eso porque, que yo sepa, no<br />

está pololeando con nadie. Prefiero ni saber dónde ha estado este niño. Además, tú sabes, él me<br />

ignora por completo. A estas alturas, podría ser abuela y ni siquiera lo sabría.<br />

Después le hace una señal a la Carmen, que estaba espiando, para que levante los platos. Mi<br />

madre habla de mí como si no estuviera presente, pienso. La Francisca, que anda todavía<br />

con el buzo de gimnasia, juega con las migas del pan. La Bea sigue cagada de la risa.<br />

—Son todos así, Rosario. Es la edad. La Judith es igual. Y la pobre sí que me ha salido suelta. La<br />

sangre italiana de su padre. Napolitana, para más remate.<br />

Esto de hablar mal de terceros reactiva a la tía, que se agarra el pelo e intenta hacerse un<br />

moño mientras conversa. Sus manos son largas, pecosas, pero sus uñas nada tienen que ver<br />

con su personalidad. Son como las de una enfermera, veo. Pálidas, con algo de brillo, sin<br />

color. Con la servilleta, seca sus labios. Ésos sí que destacan:<br />

—Olvídate las peleas que hemos tenido con esta niñita —continúa—. Lo que más me da rabia es<br />

que es una rebeldía por las puras, porque lo que yo le proponía era simplemente tomar la pildora

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