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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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—La Stella tiene un hijo como de tu edad —me dice—. Vive en Boston, que es una ciudad muy<br />

linda al norte de Nueva York. Va a entrar a Harvard, una universidad muy prestigiosa. Y tú, Matías,<br />

¿qué haces?<br />

—Voy al colegio, no más. Pero no es muy prestigioso.<br />

Nunca tuvo hijos, mi tío, porque su primera esposa se juraba tan estupenda que los partos<br />

podían arruinar su cuerpo. Y su cuerpo fue, precisamente, la razón por la que él se casó con<br />

ella. Pero tanto cóctel le arruinó el cerebro primero. Parece que el alcohol, un tumor y el<br />

cúmulo de estupidez y vanidad que llevaba a cuestas se sumaron y, poco a poco, la mujer<br />

comenzó a decir tonterías en las fiestas. Hasta que se dieron cuenta de que estaba involucionando.<br />

O sea, tenía cuarenta y cinco pero pensaba como si tuviera cuatro. Así que el tío<br />

la mandó de vuelta a| Santiago, donde la encerraron en un hogar de ancianos» Demoró<br />

como seis años en morirse. Mi tío asistió al fu-| neral con su nueva esposa, una belga<br />

obsesionada con esquí. Pero el matrimonio duró poco porque justo m. abuelos murieron y<br />

le dejaron un fundo en herencia, tío volvió solo, ya que la belga decidió irse a vivir a SuizaJ<br />

—Tienes que ir a verme a Yakarta —me dice ahora,<br />

Yo no le creo, claro. Si algún día me dejara caer po: allá, estoy seguro de que no me dejaría<br />

ni entrar a 1 embajada.<br />

—Es tan lejos —le respondo para correrme.<br />

—Pero tú una vez comentaste que querías ir por esos lares. En barco. Estábamos en Reñaca. Ese<br />

amigo tuyo, el surfista, me preguntó un montón de cosas, de eso me acuerdo. En especial sobre<br />

Bali y Nauru. Me dijo que ustedes dos pensaban ir en barco y parar en todas las islas. Tienen que<br />

parar entonces en Nueva Cale-donia. A la Stella le encanta. Tú sabes que yo tengo contactos en la<br />

Sudamericana de Vapores. Avísenme, no más. Los puedo juntar con un capitán amigo.<br />

—Un millón de gracias. Dudo que podamos ir, eso sí.<br />

—Pero pueden intentarlo, pues —me dice antes de volver con otro vodka naranja a su puesto<br />

original.<br />

Mi tío jura que ser embajador en Indonesia es el colmo de la sofisticación. Con la llegada<br />

de los milicos, su suerte cambió. Un antiguo compañero de curso asumió como ministro de<br />

Relaciones Exteriores. Y mi tío se transformó, de la noche a la mañana, en embajador. Ha<br />

sido destinado a puros países raros: Jordania, Haití, Kenia. Ahí conoció a la Stella De<br />

Castro, que tenía otros dos matrimonios a cuestas y estaba en Nairobi participando en un<br />

safari.<br />

Decido prepararme otro Mexican Mary antes de que me interrumpan.

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