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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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desde su cabina. Como un mal capítulo de una serie que exhiben por segunda vez, apareció<br />

la Miriam. Y se dio cuenta de que yo estaba apoyado en la barra. Así que me tomé el vodka<br />

de un trago y salí lo más rápido posible a la calle. Quería tomar un taxi pero no pasaba<br />

ninguno. Solo una micro. Me subí sin pensarlo dos veces. No estaba del todo llena y agarré<br />

un asiento con ventana. Me senté y miré hacia afuera, tratando de no pensar en nada, pero<br />

me preguntaba de dónde sacaba mi padre ese tipo de coca y por qué el tío Sandro le tomaba<br />

la mano a mi madre.<br />

Después no me acuerdo qué pasó. O sea, me acuerdo pero no lo entiendo. O mejor dicho:<br />

no sé por qué me dejé llevar por mi estado de ánimo. Poco a poco, la micro fue alejándose<br />

de los lugares más conocidos e internándose en barrios lejanos y ajenos. Cuando cruzamos<br />

Tobalaba y el Grange, pensé en bajarme, pero no<br />

me moví. La Plaza Egaña ya me pareció absolutamente fronteriza y me hizo acordarme de<br />

esos típicos recitales de Brain Darnage y otros grupos de colegio que siempre se organizan<br />

en el gimnasio Manuel Plaza. Ahí debí haberme bajado, pero no pude. Pensé: estoy lejos,<br />

mejor sigo y me bajo en el centro. Pero el centro nunca llegó y el recorrido de la micro<br />

continuó. En vez de bajar al centro, emprendió rumbo hacia el sur.<br />

Poca de la gente que estaba conmigo al momento de subir quedaba a bordo cuando la micro<br />

llegó frente a esos bloques deslavados que se montan alrededor de la rotonda Grecia y pasó<br />

junto a unos camioncitos que venden papas fritas, como los que se instalan en las playas en<br />

el verano.<br />

Subió más gente; algunos me dieron miedo. Por suerte, nadie se fijó en mí; yo solo miraba<br />

por la ventana, como si hubiera sido un turista perdido en una aerolínea equivocada.<br />

—Oye, vos. Dime la hora.<br />

No sé quién me grita. Solo que es un tipo y, por el sonsonete, que es joven. Debe llevar<br />

oculta una navaja, pienso. Ahora sí que me asesinan.<br />

—No tengo reloj —le respondo en la más fría. El tipo anda con una chaqueta de milico yanqui<br />

comprada en alguna tienda de ropa usada. Y bototos, que deben doler cuando patea con ellos. No<br />

tiene cara de asesino. Pero no lo veo muy claro, por la falta de luz. Tiene como mi edad.<br />

—¿Quieres comprar hierba?<br />

—No.<br />

—Tengo buenos cogollos. De San Felipe. Y no es<br />

cáñamo.

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