Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio
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cimarra. Nos veíamos siempre a la salida de clases. Armábamos feroz grupo junto al<br />
quiosco de la señora Gladys, que siempre nos fiaba; nos dedicábamos a fumar —yo no,<br />
claro— y a hablar de la vida. Y siempre aprendía algo nuevo.<br />
A la Santander no la paraba nadie. Eso la hacía especial. A los catorce, su vida cambió.<br />
Protagonizó uno de los choques más espectaculares de Chile. Su pololo —que era seis años<br />
mayor que ella— iba manejando. Murieron siete personas: tres en su auto y cuatro en el<br />
otro. Solo se salvó ella. Y casi sin lesiones. Su foto fue portada de Las Últimas Noticias.<br />
Desde ese día, la Santander decidió vivir la vida como si fuera lo único que uno tiene. Por<br />
eso el colegio la suspendía y la suspendía. La odiaban.<br />
Una vez nos tocó que nos suspendieran juntos. A mí por responderle a la directora. Le dije<br />
que lo que<br />
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decía no era cierto. El problema es que se lo dije frente a todo el alumnado. La vieja de<br />
mierda no dejó pasar mi observación. Se cree inglesa y aristócrata; inglesa quizás, pero<br />
aristócrata en ningún caso. Aquella vez dijo que ella practicaba «la política de puertas<br />
abiertas» y que el alumno que lo quisiera podía ir a «dialogar» con ella. Yo le dije —a viva<br />
voz— que eso era falso; que si no se acordaba de esa vez que suspendieron a mi hermana<br />
Francisca por estar atracando a la salida del colegio. Fui a reclamar ante ella porque me<br />
parecía injusto que en un colegio donde había un alto índice de abortos suspendieran a<br />
alguien por el solo hecho de besarse en público. «Es que no es su pololo», me respondió la<br />
inspectora, como si «pololo» fuese un estado civil comprobable. Me suspendieron igual.<br />
La Santander, en tanto, estaba en inspectoría por tomar pisco con Fanta en plena clase de<br />
Química. Ahí nos hicimos amigos, y cuando nos enviaron a los dos de vuelta a la casa, nos<br />
fuimos al Pumper a comer papas fritas. Me acuerdo de que nos encontramos con las mellizas<br />
Garmendia, del Villa María, haciendo la cimarra, como es típico en ellas. Estuvimos<br />
los cuatro juntos hasta pasada la hora del té. Y nos hicimos inseparables.<br />
—Somos rebeldes —dijo una de las mellizas.