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Alberto Fuguet - Mala Onda.pdf - Colegio

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—Es más, Matías. Egocéntrico y desubicado. Solo piensas en ti. En ti y en tus drogas y en<br />

llamar la atención y ser el número uno y no perderte una ni quedarte fuera de lo que sea que<br />

esté de moda. Tu vanidad me aplasta. Tú crees que no te conozco. O crees que voy a andar<br />

haciéndote caso y fumar marihuana solo para complacerte, para que después vayas y les<br />

cuentes a todos que me corrompiste. Te equivocas, huevón. Estás a años luz de lograr algo<br />

así.<br />

—Era solo una idea. Ni siquiera tengo pitos. Y ni siquiera había pensando en convidarte.<br />

—Típico de ti, ¿viste? Si hasta lo confiesas.<br />

—Mira, Antonia, nada personal, pero este tipo de cuestiones me aburre. Si fuéramos<br />

pololos, lo entendería. Si estuviéramos casados, como mis padres, hasta sería necesario para<br />

evitar crímenes mayores. Pero esto sí es lo que yo llamo desubicación. O sea, ni siquiera<br />

estamos enamorados...<br />

—Quién sabe...<br />

Eso me mató, pero no se lo creí.<br />

—Lo dudo —le dije.<br />

—Ya basta... Si no te has dado cuenta de que estás enamorado de mí, entonces no sé quién lo va a<br />

hacer por ti. Tu egocentrismo no tiene límites, veo.<br />

—Hey, calma. No tienes por qué entrar en la dura.<br />

—¿Viste? Ni siquiera te diste el trabajo de escuchar o preguntarme qué sentía yo.<br />

—No, si eso está claro —le dije.<br />

—Nunca se puede apostar por nadie.<br />

Hubo otro intermedio de silencio. Ella no se atrevo a mover la rueda. Aún conservaba su<br />

belleza, pero se veía detestable. Y quizás era verdad: yo le gustaba. O me amaba. Pero su<br />

propio egocentrismo me convertía a mí en un niño de pecho. Ella sí que no cedía. Y si<br />

había una gran diferencia entre ambos, era que yo no le hacía daño. No intencionalmente, al<br />

menos. Nunca le tiraba mierda ni la usaba como punching ball.<br />

Me acordé del entierro del Óscar Sobarzo. Mi madre me prestó su auto y pasé a buscar a la<br />

Antonia a su casa. Andaba con un abrigo azul, largo, de hombre. Para variar, casi no habló,<br />

tan solo comentó lo espantoso que era saber que uno iba a ser enterrado a pocas cuadras de<br />

un barrio tan horroroso como Recoleta. «La pura idea me da escalofríos», dijo.<br />

A la vuelta del sepelio, en medio de una niebla heladísima y negra, me sentí lo<br />

suficientemente en confianza para soltar una opinión bastante personal:<br />

—Pensar que murió sin alcanzar a ser alguien en la vida.

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