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este momento. Quizás me equiparase a Kurtz, de El corazón de las tinieblas,<br />

cuando, lejos de las oficinas mercantiles de Europa, se enfrentó con el horror<br />

final. Recuerdo que me imaginé con un salakof y unos pantalones de montar<br />

blancos de lino, mi rostro enigmático tras el velo de mosquitera.<br />

Los hornos mantienen el lugar más bien cálido y sofocante en estos días<br />

frescos, pero sospecho que, en verano, los obreros gozan una vez más del<br />

clima de sus antepasados, un calor tropical algo ampliado por esos grandes<br />

artilugios que queman carbón y producen vapor. Tengo entendido que la<br />

fábrica no funciona actualmente a pleno rendimiento, y observé que sólo<br />

funcionaba uno de aquellos artilugios, quemando carbón, y lo que parecía una<br />

de las mesas de cortar. Además, sólo vi terminar unos pantalones mientras<br />

estuve allí, aunque los trabajadores se movían sin cesar con, piezas de tela de<br />

todo tipo. Una mujer estaba planchando, según <strong>com</strong>probé, ropa de niño; y otra<br />

parecía hacer notables progresos con los fragmentos de satén color fucsia que<br />

estaba uniendo en una de las grandes máquinas de coser. Tuve la impresión de<br />

que confeccionaba un vestido de noche de mucho colorido, y bastante lascivo,<br />

además. He de decir que me admiró la eficacia con que manejaba el material,<br />

moviéndolo de un lado a otro bajo aquella inmensa aguja eléctrica. Esta mujer<br />

era sin duda una trabajadora muy diestra, y pensé que era doblemente<br />

lamentable que no consagrase su talento a la creación de unos pantalones...<br />

para Levy Pants. Evidentemente había un problema moral en la fábrica.<br />

Busqué al señor Palermo, el encargado, que suele estar siempre, por otra<br />

parte, a sólo unos pasos de la botella, <strong>com</strong>o pueden testificar las muchas<br />

confusiones que se han producido, cayéndose entre las mesas de cortar y las<br />

máquinas de coser. Le busqué sin ningún éxito. Debía estar trasegando un<br />

almuerzo líquido en una de las muchas tabernas de los alrededores de nuestra<br />

empresa. En los alrededores de Levy Pants hay un bar en cada esquina, indicio<br />

de que en la zona los salarios son abismal-mente bajos. En calles en las que<br />

los habitantes están particularmente desesperados, hay hasta tres y cuatro<br />

bares en cada cruce.<br />

Yo, en mi inocencia, sospeché que la raíz de la apatía que había<br />

observado entre los obreros era aquel jazz indecoroso que emitían los<br />

altavoces estridentes de las paredes. La psique bombardeada por esos ritmos<br />

no puede aguantar mucho tiempo, y se des<strong>com</strong>pone y atrofia. En<br />

consecuencia, busqué y apagué el interruptor que controlaba la música. Esta<br />

acción mía produjo un griterío general de protesta, bastante estridente y<br />

desafiantemente grosero, del conjunto de los trabajadores, que empezaron a<br />

mirarme hoscamente. Así que puse de nuevo la música, con una amplia<br />

sonrisa y un gesto amistoso, en una tentativa de reconocer mi error de juicio y<br />

ganarme la confianza de los trabajadores. (Sus inmensos ojos blancos estaban

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