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un poco algunas cosas. Mierda. La chica está empezando. Necesita una<br />

oportunidá.<br />

—Tiene razón :—dijo Darlene—. Estoy empezando <strong>com</strong>o actriz.<br />

Necesito una oportunidad.<br />

—Cállate, imbécil. ¿Acaso crees que vas a lograr que te desnude el<br />

pájaro?<br />

—Sí, señora —dijo con entusiasmo Darlene—. Se me ocurrió de<br />

pronto. Estaba sentada en mi apartamento viéndole jugar con los aros y de<br />

pronto me dije: «Darlene, ¿por qué no te pones aros en el vestido?<br />

—Bah, cállate subnormal —dijo Lana—. Bueno, en fin, está bien,<br />

veamos lo que es capaz de hacer.<br />

—¡Juá! Eso es habla. Vendrá tó el mundo a vé este espectáculo.<br />

II<br />

—Santa, tenía que llamarte, cariño.<br />

—¿Qué pasa, Irene, chica? —preguntó con mucha emoción, con su<br />

grave voz de rana la señora Battaglia.<br />

—Es Ignatius.<br />

—¿Qué ha hecho ahora, querida? Cuéntaselo a Santa.<br />

—Espera un minuto. Deja que me asegure de que sigue en la bañera.<br />

La señora Reilly escuchó inquieta los espectaculares chapoteos cuyo<br />

rumor llegaba del cuarto de baño. Se oyó luego en el pasillo, atravesando la<br />

puerta despintada del baño, un bufido ballenáceo.<br />

—No hay problema. Sigue en la bañera. No puedo mentirte, Santa.<br />

Tengo un disgusto horrible.<br />

—Oh.<br />

—Ignatius vino hace una hora vestido <strong>com</strong>o un carnicero.<br />

—Bueno. Eso es que ha encontrado por fin otro trabajo, ese gordo<br />

desgraciado.<br />

—Pero no en una carnicería, querida —dijo la señora Reilly, con voz<br />

muy afligida—. Está de vendedor ambulante de bocadillos de salchicha.<br />

—Oh, no —croó Santa—. ¿De vendedor de bocadillos de salchichas?<br />

¿Quieres decir por la calle?<br />

—Sí, querida, por la calle <strong>com</strong>o un vagabundo.<br />

—Un vagabundo, sí, qué horror, chica. Peor aún. Lee alguna vez las<br />

notas de la policía en el periódico. Son todos un hatajo de maleantes.<br />

—¡Verdad que es horrible!<br />

—¡Habría que romperle las narices a ese chico!<br />

—Cuando llegó a casa, Santa, me dijo «A que no adivinas qué trabajo

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