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—Espero, desde luego, que nadie haya intentado propugnar<br />

resoluciones belicistas.<br />

—Huy, Dios, no, hijo, qué va.<br />

—Me tranquiliza oír eso. Dios sabe con qué oposición habremos de<br />

enfrentarnos ya desde un principio. Quizá tengamos algún enemigo infiltrado.<br />

Puede haber trascendido la noticia al estamento militar del país, y, en realidad,<br />

del mundo.<br />

—Bueno, vamos, Reina Gitana, entremos.<br />

Cuando bajaban por el camino de coches, Ignatius dijo:<br />

—Este edificio es de un mal gusto repugnante —contempló las<br />

lámparas color pastel ocultas tras las palmas, siguiendo las paredes—. ¿Quién<br />

es el responsable de este aborto?<br />

—Yo, por supuesto, Doncella Magiar, ye Yo soy el dueño de esta casa.<br />

—Debería haberlo supuesto. ¿Y puedo preguntar de dónde viene el<br />

dinero que sirve para subvencionar este capricho decadente?<br />

—De mi querida familia, que vive en la tierra de los trigales —Dorian<br />

suspiró—. Me envían todos los meses unos cheques enormes. Y yo a cambio<br />

sólo tengo que prometerles que no apareceré por Nebraska. Me fui de allí<br />

<strong>com</strong>o en una nube, sabes. Todo aquel trigo, aquellas llanuras sin fin. No te<br />

imaginas qué deprimente. Grant Wood hizo una descripción romántica, en<br />

realidad. Fui a estudiar al Este y luego vine aquí. Oh, en Nueva Orleans hay<br />

tanta libertad.<br />

—Bueno, al menos tenemos un lugar de reunión para preparar el<br />

<strong>com</strong>plot. Pero ahora que he visto el lugar, preferiría que alquilases un local de<br />

la Legión Americana o algo así, algo más adecuado. Esta casa parece el<br />

escenario de alguna actividad perversa, de un baile, de una fiesta al aire libre.<br />

—¿Sabes que una revista de decoración nacional quiere hacer un<br />

reportaje en color de cuatro páginas sobre este edificio? —preguntó Dorian.<br />

—Si tuvieras sentido, <strong>com</strong>prenderías que eso es la mayor afrenta que<br />

puedan hacerte —rezongó Ignatius.<br />

—Oh, Niña del Aro de Oro, estás volviéndome loco. Mira, ésta es la<br />

puerta.<br />

—Un momento —dijo cauteloso Ignatius—. ¿Qué es ese horrible<br />

estruendo? Parece que estuvieran sacrificando a alguien.<br />

Quedaron bajo la luz pastel de la entrada de coches, escuchando. De un<br />

punto indeterminado del patio llegaba el grito angustiado de un ser humano.<br />

—¿Qué estarán haciendo ahora? —había impaciencia en la voz de<br />

Dorian—. Ay, qué tontucios... No saben <strong>com</strong>portarse.<br />

—Creo que lo más prudente sería investigar —dijo Ignatius en un<br />

cuchicheo conspiratorio—. Puede haberse infiltrado algún oficial fanático del

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