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coro—. ¡Señor!<br />

Hubo más presuntos sublevados que expresaron la misma curiosidad en<br />

una terminología más explícitamente física.<br />

—Silencio —dijo Ignatius, pateando estruendosamente en la mesa—.<br />

¡Por favor! Dos de las mujeres más esbeltas llevarán esta enseña entre las dos<br />

cuando avancemos en manifestación hacia la oficina.<br />

—Yo no pongo la mano en eso, no señora, ni hablar —contestó una<br />

mujer.<br />

—¡Silencio! ¡Cállense todos! —dijo furioso Ignatius—. Empiezo a<br />

sospechar que ustedes no se merecen verdaderamente esta causa. Al parecer,<br />

no están dispuestos a hacer ninguno de los sacrificios imprescindibles.<br />

—¿Para qué vamos a llevar esa sábana vieja? —preguntó alguien—. Yo<br />

creí que esto iba a ser una manifestación por los salarios.<br />

—¿Sábana? ¡Qué sábana! —replicó Ignatius—. Estoy extendiendo ante<br />

vosotros la más orgullosa de todas las banderas, una identificación de nuestro<br />

objetivo, una visualización de todo lo que buscamos —los obreros estudiaron<br />

con más atención las manchas—. Si sólo deseáis irrumpir en la oficina <strong>com</strong>o<br />

ganado, no habréis participado más que en un motín. Esta bandera por sí sola<br />

da forma y crédito a la sublevación. Hay cierta geometría ligada a estas cosas,<br />

cierto ritual que hay que observar. Bien, ustedes dos, señoras, ésas de allí,<br />

cojan esto entre las dos, una de cada lado, y llévenlo así con honor y orgullo,<br />

con las manos bien alzadas, etcétera.<br />

Las dos mujeres a las que Ignatius señaló avanzaron muy despacio<br />

hacia la mesa de cortar y tomaron cautelosamente la bandera con el pulgar y el<br />

índice, sosteniéndola entre ellas <strong>com</strong>o si fuera la mortaja de un leproso.<br />

—Tiene un aspecto aún más impresionante de lo que yo suponía —dijo<br />

Ignatius.<br />

—No me menees esa cosa delante, chica —dijo alguien a las mujeres,<br />

creando otra marejada de risas.<br />

Ignatius puso su cámara en acción y la enfocó hacia la pancarta y los<br />

trabajadores.<br />

—¿Querrán todos ustedes por favor alzar las piedras y los palos otra<br />

vez?<br />

Los obreros obedecieron jovialmente. A Myrna se le atragantaría el<br />

exprés cuando viera aquello.<br />

—Ahora con un poco más de violencia. Blandid las armas con fiereza.<br />

Haced gestos y muecas. Chillad. Quizás alguno podría dar saltos, si no es<br />

molestia.<br />

Todos siguieron sus instrucciones con júbilo. Es decir, todos salvo las<br />

dos mujeres que sostenían hoscamente la bandera.

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