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Tenemos que irnos. En seguida. He de decirte que mi madre puede volver en<br />

cualquier momento. Si vuelvo a verla, tendré una espantosa recaída. Hemos de<br />

darnos prisa.<br />

—No haces más que dar saltos, Ignatius Tranquilízate. Ya ha pasado lo<br />

peor.<br />

—No, qué va —dijo Ignatius rápidamente—. Mi madre puede volver<br />

con su pandilla. Tendrías que verles. Son blancos fanáticos, protestantes y<br />

cosas aún peores. Déjame que coja el laúd y la trompeta. ¿Has recogido ya<br />

todos los cuadernos?<br />

—Esto de aquí es fascinante —dijo Myrna, indicando el cuaderno que<br />

estaba ojeando—. Gemas de nihilismo.<br />

—Eso no es más que un fragmento del conjunto.<br />

—¿No vas a dejar siquiera alguna non a tu madre, una nota amarga,<br />

razonada, algo?<br />

—No merece la pena. Tardaría semanas en entenderla —Ignatius cogió<br />

el laúd y la trompeta en un brazo y el saco de dormir en el otro—. No dejes<br />

ese cuaderno de hojas sueltas, por favor. Contiene un diario, una fantasía<br />

sociológica sobre la que he estado trabajando. Es mi obra más <strong>com</strong>ercial.<br />

Tiene unas posibilidades cinematográficas maravillosas en manos de un Walt<br />

Disney o un George Pal.<br />

—Ignatius —Myrna se detuvo en la puerta, los brazos llenos de<br />

cuadernos, movió sus labios incoloros un instante antes de hablar, <strong>com</strong>o si<br />

estuviera formulando un discurso. Sus ojos cansados y drogados de autopista<br />

escudriñaron el rostro de Ignatius a través de las gafas chispeantes—. Este es<br />

un momento muy importante. Tengo la sensación de estar salvando a alguien.<br />

—Lo estás haciendo, lo estás haciendo, sí Pero ahora debemos irnos.<br />

Por favor. Ya hablaremos luego.<br />

Ignatius pasó por delante de ella y bajó hasta el coche, abrió la puerta<br />

trasera del mismo, era un Renault pequeño, y se aposentó entre los carteles y<br />

montones de panfletos que cubrían el asiento. El coche olía <strong>com</strong>o un quiosco<br />

de periódicos—. ¡De prisa! No tenemos tiempo para montar un tablean vivant<br />

aquí delante de la casa.<br />

__Oye, ¿pero vas a ir detrás? —preguntó Myrna, dejando caer<br />

su cargamento de cuadernos por la puerta de atrás.<br />

—Claro que sí —gritó Ignatius— No estoy dispuesto a sentarme<br />

delante, en esa trampa mortal, para viajar por la autopista. Vamos, entra en<br />

este cochecito y salgamos de aquí.<br />

—Espera, espera. Me he dejado un montón de cuadernos —dijo Myrna,<br />

y corrió de nuevo a la casa, la guitarra golpeteándole en el costado.<br />

Bajó las escaleras con otra carga y paró en la acera de ladrillo,

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