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cuchara con la lengua y la colocó pulcramente sobre una servilleta de papel<br />

junto a la ensaladera. Chupando los fragmentos de perejil y de cebolla que le<br />

habían quedado entre los dientes, le dijo a la foto de su madre que había en \¿<br />

repisa de la chimenea:<br />

—Les va a encantar. Nadie hace la ensalada de patatas <strong>com</strong>o Santa.<br />

La sala estaba casi dispuesta ya para la fiesta. Sobre la vieja radio había<br />

dos botellines ce Early Times y una caja de seis botellas de Seven-Up. El<br />

fonógrafo que le había pedido prestado a su sobrina, descansaba sobre el<br />

gastado linóleo en el centro de la habitación. El cordón se elevaba hasta la<br />

araña, donde estaba enchufado. En ambos extremos del sofá rojo de felpa<br />

había dos bolsas de patatas fritas de tamaño gigante. Del tarro de aceitunas<br />

abierto salía un tenedor. El tarro lo había colocado en una bandejita encima de<br />

una cama plegable de ruedas, plegada y cubierta.<br />

Santa cogió la fotografía de la repisa de la chimenea, en la que se veía a<br />

una anciana ceñuda, de vestido y medias negros, de pie, en una oscura calleja<br />

pavimentada con conchas de ostras.<br />

—Pobre mamá —dijo sentimentalmente Santa, dándole a la foto un<br />

beso húmedo y sonoro; la grasa del cristal que cubría la foto indicaba la<br />

frecuencia de estos arrebatos afectuosos—. Tú sí que las pasaste negras,<br />

madre.<br />

Los ojos sicilianos parecían relumbrar <strong>com</strong>o puras brasas, mirando a<br />

Santa desde la foto, que parecía cobrar vida.<br />

—La única foto tuya que tengo, mamá, y estás de pie en una calleja.<br />

Hay que ver qué vergüenza.<br />

Santa suspiró lamentando tanta injusticia y dejó la fotografía en la<br />

repisa, entre el cuenco de fruta de cera y el ramo de zinias de papel y la<br />

imagen de la Virgen María y la figurita del Niño Jesús de Praga. Luego volvió<br />

a la cocina a por más cubitos de hielo y a buscar una silla de cocina. Tras<br />

volver con la silla y una neverita de campo con cubitos de hielo, colocó sus<br />

mejores vasos de mermelada en la repisa, junto a la foto de su madre. La<br />

proximidad de la foto la impulsó a cogerla y besarla de nuevo, con lo que el<br />

cubo de hielo que tenía en la boca rechinó contra el cristal.<br />

—Todos los días rezo una oración por ti, querida —le dijo a la foto, sin<br />

que viniera mucho a cuento, sosteniendo el cubito de hielo con la lengua—. Y<br />

puedes estar según de que habrá siempre una vela encendida por ti en St. Ode.<br />

Alguien llamó en las persianas de la entrada. Al posar precipitadamente<br />

la fotografía, Santa la hizo caer de frente.<br />

—¡Irene! —chilló cuando abrió la puerta y vio a la vacilante señora<br />

Reilly en las escaleras, y a su sobrino, el patrullero Mancuso, abajo, en la<br />

acera—. Entra, mujer. ¡Qué elegante estás!

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