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muévase un poco. Verá cómo también le arreglan la casa —Santa soltó una<br />

risotada—. Bueno, chica, cuelga el teléfono y vente para acá. Ahora mismo<br />

llamaré al Hospital de Caridad. ¡Sal inmediatamente de esa casa!<br />

Santa colgó violentamente el teléfono en el oído de la señora Reilly.<br />

La señora Reilly miró por las persianas de la fachada. Ya estaba oscuro,<br />

y eso era bueno. Los vecinos no verían gran cosa si se llevaban a Ignatius<br />

durante la noche. Entró corriendo en el baño y se empolvó la cara y la parte<br />

delantera del vestido, dibujó una versión surrealista de boca bajo la nariz y<br />

entró en el dormitorio a buscar un abrigo. Cuando llegó a la puerta de la calle,<br />

se detuvo. No podía despedirse así de Ignatius. Era su hijo.<br />

Se acercó a la puerta del dormitorio y escuchó los vibrantes muelles del<br />

colchón que alcanzaban un crescendo en aquel instante, camino de un final<br />

digno de En la mansión del Rey de la Montaña de Grieg. Llamó, pero no hubo<br />

respuesta.<br />

—Ignatius —dijo con tristeza.<br />

—¿Qué quieres? —contestó al fin una voz ahogada.<br />

—Me voy, Ignatius. Quería decirte adiós.<br />

Ignatius no le contestó.<br />

—Ábreme, Ignatius —suplicó la señora Reilly—. Ven a darme un beso<br />

de despedida, cariño.<br />

—No me siento nada bien. Apenas puedo moverme.<br />

—Vamos, hijo.<br />

La puerta se abrió despacio. Ignatius asomó al pasillo su cara gorda y<br />

gris. Los ojos de su madre se humedecieron al ver el vendaje.<br />

—Ahora dame un beso, cariño. Siento que todo tuviera que acabar así.<br />

—¿Qué significan todos esos tópicos lacrimosos? —preguntó receloso<br />

Ignatius—. ¿Por qué estás de pronto tan <strong>com</strong>placiente? ¿No estás citada en<br />

algún sitio con algún viejo?<br />

—Tenías razón, Ignatius. Tú no puedes ir a trabajar. Tendría que<br />

haberme dado cuenta de ello. Debería haber intentado pagar esa deuda de otro<br />

modo —de los ojos de la señora Reilly se deslizó una lágrima que dejó un<br />

caminito de piel limpia entre los polvos—. Si llama el señor Levy, no cojas el<br />

teléfono Ya me encargaré yo de eso.<br />

—¡Oh, Dios mío! —bramó Ignatius—. Ahora sí que estoy en un buen<br />

lío. Sabe Dios lo que estás planeando. ¿Adonde vas?<br />

—Quédate en casa y no contestes al teléfono.<br />

—¿Por qué? ¿Qué es esto? —los ojos enrojecidos de Ignatius<br />

relampaguearon aterrados—. ¿Qué andabas cuchicheando por teléfono?<br />

—:No tendrás que preocuparte del señor Levy, hijo. Yo lo arreglaré<br />

todo. Recuerda que tu pobre mamá pensó siempre en tu bienestar.

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