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planes para mí y para mis hijas. En fin, la vida sigue, Gus. No puedo acabar<br />

contigo en el arroyo. Menos mal que tu padre no vive: Si él hubiera visto<br />

perderse Levy Pants por una broma de mal gusto, verías. Créeme, León Levy<br />

te habría hecho huir del país. Aquel hombre tenía valor, decisión. Y, pase lo<br />

que pase, habrá una Fundación León Levy. Aunque mamá y yo tengamos que<br />

apretarnos el cinturón, crearé esos premios. Quiero honrar y re<strong>com</strong>pensar a la<br />

gente que tenga el valor y el coraje que tenía tu padre. No permitiré que<br />

arrastres su nombre contigo al arroyo. Cuando acabe lo de Abelman, suerte<br />

tendrás si consigues que te contraten <strong>com</strong>o chico del agua en uno de esos<br />

equipos que tanto te gustan. Ya verás entonces lo que es trabajar, muchacho,<br />

lo que es correr de un sitio a otro con el cubo y la esponja <strong>com</strong>o un pordiosero.<br />

Pero no te <strong>com</strong>padezcas de ti mismo. La culpa es sólo tuya.<br />

El señor Levy se daba cuenta de que la extraña lógica de su esposa<br />

exigía que él se arruinase. Su esposa quería presenciar la victoria de Abelman;<br />

veía en aquella victoria una extraña justificación. Dado que la señora Levy<br />

había leído li carta de Abelman, su pensamiento debía haber estado trabajando<br />

en el caso desde todos los ángulos. Mientras pedaleaba en la bicicleta fija o<br />

saltaba en la tabla, su sistema de razonamiento probablemente le dijese con<br />

progresiva convicción que Abelman debía ganar el pleito. Y no sólo sería una<br />

victoria de Abelman sino también una victoria suya. Todos los carteles y<br />

signos indicadores, coloquiales y epistolares, que había mostrado a las chicas<br />

indicaban el fracaso definitivo y terrible de su padre. La señora Levy no podía<br />

permitir que se demostrase lo contrario. Necesitaba aquel pleito y la<br />

indemnización de quinientos mil dólares. No le interesaba siquiera que su<br />

marido hablase con Reilly. El caso Abelman había pasado del plano<br />

puramente material y físico a otro ideológico y espiritual, en el que fuerzas<br />

cósmicas y universales decretaban que Gus Levy debía perder, que un<br />

desolado Gus Levy, abandonado por sus hijas, debía vagar indefinidamente<br />

con el cubo y la esponja.<br />

—Bueno —dijo al fin el señor Levy—. Voy a buscar a ese Reilly.<br />

—Qué decisión. No puedo creerlo. Pero no te molestes, no podrás<br />

acusar de nada al joven idealista. Es demasiado listo. Se burlará otra vez de ti.<br />

Ya verás. Será otro viaje en vano. Será <strong>com</strong>o volver a Mandeville. Pero esta<br />

vez, te detendrán; un hombre ya maduro conduciendo ese juguetito, un coche<br />

deportivo de estudiante.<br />

—Iré directamente a su casa.<br />

La señora Levy plegó sus notas de la Fundación y apagó la tabla de<br />

ejercicios, diciendo:<br />

—Bueno, si vas a ir a la ciudad, llévame contigo. Me preocupa la<br />

señorita Trixie, desde que González informó que le había mordido la mano al

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