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—¿Reilly? Creí que era Gloria.<br />

—Ande, vuelva con sus cuentas —le dijo el señor González—.<br />

Tenemos que enviar esa declaración al banco antes de mediodía.<br />

—Sí, sí, claro, tenemos que enviar esa declaración —convino la<br />

señorita Trixie, y se alejó camino del lavabo de señoras.<br />

—Señor Reilly, no quiero presionarle —dijo cautelosamente el señor<br />

González—. Pero he visto que tiene en la mesa mucho material por archivar.<br />

—Ah, eso. Sí. Bueno, esta mañana, cuando abrí el primer cajón,<br />

apareció allí una rata de respetable tamaño que parecía estar devorando el<br />

expediente de Mercancías General Abelman. Me pareció que lo más razonable<br />

era esperar a que se saciase. No tengo deseo alguno de contraer la peste<br />

bubónica y que la responsabilidad recaiga sobre Levy Pants.<br />

—Ha hecho usted muy bien —dijo nervioso el señor González,<br />

temblando ante la perspectiva de un accidente laboral.<br />

—Además, mi válvula ha estado portándose mal y me ha impedido<br />

agacharme para examinar los cajones de más abajo.<br />

—Tengo exactamente lo que usted necesita para eso —dijo el señor<br />

González, y entró en el pequeño almacén de la oficina en busca, supuso<br />

Ignatius, de algún tipo de fármaco. Pero regresó con uno de los taburetes de<br />

metal más pequeños que Ignatius había visto en toda su vida.<br />

—Aquí tiene. La persona que trabajaba antes en los archivos lo utilizaba<br />

para poder desplazarse mejor cuando trabajaba en los cajones de abajo.<br />

Pruébelo.<br />

—No creo que mi estructura corporal concreta pueda adaptarse<br />

fácilmente a un instrumento de ese género —<strong>com</strong>entó Ignatius, con un ojo de<br />

lince fijo en el oxidado taburete.<br />

Ignatius había tenido siempre un sentido del equilibrio muy precario, y<br />

siempre, desde su obesa niñez, había sido propenso a tropezones y caídas.<br />

Hasta que cumplió los cinco años y logró al fin caminar de modo casi normal,<br />

había sido un amasijo de golpes y cardenales.<br />

—Sin embargo lo haré por Levy Pants.<br />

Y se fue acuclillando poco a poco, hasta que su enorme trasero tocó el<br />

taburete, con las rodillas llegándole casi hasta los hombros. Cuando se<br />

encontró asentado al fin, parecía una berenjena sobre una chincheta.<br />

—Esto no resultará. Me encuentro muy incómodo aquí encima.<br />

—Inténtelo —dijo animosamente el señor González.<br />

Impulsándose con los pies, Ignatius se desplazó inquieto siguiendo los<br />

archivos, hasta que una de las minúsculas ruedas se empotró en una figura del<br />

suelo. El taburete se ladeó ligeramente y luego volcó, lanzando a Ignatius<br />

pesadamente al suelo.

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