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—Lo haré, sí —Ignatius cogió el asa de su carro y se alejó con él—.<br />

Deberían estar todas ustedes de rodillas pidiendo perdón por lo que he visto<br />

aquí, en esa valla.<br />

—No hay duda de que esta ciudad es cada día peor, con esto por las<br />

calles —dijo una mujer, mientras Ignatius se alejaba por el callejón.<br />

Ignatius percibió sorprendido que le rebotaba una piedrecita en la nuca.<br />

Furioso, empujó el carro por las losas hasta casi el final de la calleja. Aparcó<br />

el carro allí en un pequeño pasaje, de modo que quedase oculto. Le dolían los<br />

pies y, mientras desandaba, no quería que le molestase nadie pidiendo un<br />

bocadillo. Aunque el negocio no podía ir peor, uno tenía que ser a veces fiel a<br />

sí mismo y considerar ante todo su propio bienestar. Si seguía andando mucho<br />

más, sus pies se convertirían en ensangrentados muñones.<br />

Se acuclilló incómodo allí, en los escalones laterales de la catedral. El<br />

aumento de peso reciente y la hinchazón provocada por el taponamiento de la<br />

válvula hacían incómoda cualquier posición que no fuera sentado o tendido.<br />

Se quitó las botas e inspeccionó aquellos pies grandes <strong>com</strong>o losas.<br />

—Oh, querido —dijo una voz encima de él—. ¿Pero qué veo? Salí a ver<br />

esa exposición pringosa y horrible, ¿y qué me encuentro <strong>com</strong>o obra número<br />

uno...? nada menos que el espectro de Lafitte, el pirata. No. Es Fatty Arbuckle.<br />

¿O Marie Dressler? Dime pronto quién eres o me muero.<br />

Ignatius alzó la vista y vio al joven que le había <strong>com</strong>prado el sombrero a<br />

su madre en el Noche de Alegría.<br />

—Déjame en paz, mequetrefe. ¿Dónde está el sombrero de mi madre?<br />

—Oh, aquello —el joven suspiró—. Lo siento, resultó destruido en una<br />

fiesta demencial. Le encantó a todo el mundo.<br />

—Estoy seguro. No preguntaré concretamente cómo fue mancillado.<br />

—No lo recordaría, de todos modos. Demasiados martinis aquella<br />

noche para el pequeño moi.<br />

—Oh, Dios santo.<br />

—¿Y qué haces tú con ese disfraz tan increíble? Pero si pareces Charles<br />

Laughton de reina gitana. ¿Quién pretendes ser? Dímelo, por favor.<br />

—Sigue tu camino, mequetrefe —Ignatius eructó y el gaseoso estruendo<br />

repiqueteó en las paredes de la calleja. El gremio artístico de señoras volvió<br />

sus sombreros hacia la fuente de aquel volcánico retumbe. Ignatius contempló<br />

furioso la chaqueta de terciopelo tostado del joven, el jersey malva de<br />

cachemira, la onda de pelo rubio que caía sobre la frente de aquel rostro<br />

anguloso y chispeante.<br />

—Lárgate de aquí, que te atizo.<br />

—Oh, Dios Santo —el joven rompió a reír en breves ráfagas, alegres e<br />

infantiles, que estremecieron la chaqueta de terciopelo—. Tú estás loco,

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