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—Myrna se dispone a violar a un desdichado negro. En público.<br />

—Ay. qué espanto. Vaya amistades que elegiste, Ignatius. Los pobres<br />

negros ya sufren bastante. También ellos tienen una buena cruz. La vida es<br />

muy dura, Ignatius. Ya verás, ya.<br />

—Muchísimas gracias —dijo Ignatius en tono profesional.<br />

—¿Te acuerdas de esa pobre señora de color que vende bombones<br />

delante del cementerio, Ignatius? Me da mucha pena, la verdad. El otro día la<br />

vi con un abriguito de tela todo lleno de agujeros, y hacía frío. Así que fui y le<br />

dije, le digo «Ay, querida, te vas a morir de frío con este abrigo de tela lleno<br />

de agujeros.» Y ella va y me dice...<br />

. —¡Por favor! —gritó furioso Ignatius—. No estoy de humor para<br />

historias dialectales.<br />

—Ignatius, escúchame. Daba pena aquella señora, sí. Y va ella y me<br />

dice: «Oh, a mí el frío no me importa, querida. Estoy acostumbrada.» ¿Qué<br />

valiente, verdad? —la señora Reilly miró emocionada-mente a Ignatius<br />

buscando su asentimiento» pero sólo fue obsequiada con un bigote burlón—.<br />

En fin, sabes lo que hice, Ignatius, pues mira, le di una moneda de veinticinco<br />

centavos y le dije: «Toma, querida, cómprales una chuchería a tus nietecitos.»<br />

—¿Qué? —explotó Ignatius—. Así que en eso se van nuestras<br />

ganancias. Mientras yo me veo casi reducido a mendigar por las calles, tú<br />

andas tirando el dinero, regalándoselo a farsantes. Porque todo ese cuento de<br />

la ropa de esa mujer no es más que un truco. Tiene un puesto magnífico y muy<br />

lucrativo en ese cementerio. Estoy seguro de que gana diez veces más que yo.<br />

—¡Ignatius! Pero si anda vestida con andrajos —dijo con tristeza la<br />

señora Reilly—. Ojalá tú fueras tan valiente <strong>com</strong>o ella.<br />

—Ya entiendo. Ahora se me <strong>com</strong>para con una vieja farsante<br />

degenerada. Peor, encima pierdo en la <strong>com</strong>paración. Mi propia madre<br />

calumniándome de ese modo —Ignatius lanzó una manaza sobre el hule—.<br />

Bien, me voy a la sala a ver ese programa del Oso Yogui. Entre trago y trago,<br />

si tienes tiempo, llévame algo de cena. Mi válvula no hace más que chillar y<br />

necesito apaciguarla.<br />

—Cállense de una vez —chilló la señorita Annie a través de las<br />

persianas, mientras Ignatius se recogía la bata entraba en el pasillo<br />

considerando su problema más importante: organizar un nuevo ataque contra<br />

la desvergonzada de Myrna. La operación en defensa de los derechos civiles<br />

había fracasado a causa de las deserciones. Tenía que iniciar otras operaciones<br />

en los campos de la política y el sexo. Preferiblemente de la política. La<br />

estrategia merecía toda su atención.

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